domingo, 26 de noviembre de 2017

La insolencia del viejo.

La insolencia del viejo.


Estoy segura de que el título de este artículo sorprenderá a quienes lo lean. Quienes en nuestro quehacer cotidiano estamos en contacto con personas mayores sabemos que, en muchas ocasiones , su descaro e insolencia son mayúsculas. El viejo es sabio y astuto. No tiene la fuerza de la juventud  pero posee la experiencia de los años. A pesar de que no me gusta generalizar, confirmo que una mayoría de personas de la llamada “tercera edad” no tienen reparo en decir lo que piensan a voz en grito y en increpar a cualquiera que los molesta. “El viejo se queja de vicio” dicen algunos. Yo diría que se queja porque es consciente de que la lengua osada e insolente es su única arma defensiva que conserva todas y cada una de sus facultades incólumes. Seamos claros: Saber que hemos recorrido un buen trecho del camino de la vida nos permite ciertas concesiones que, de no ser así, seríamos incapaces de realizar. El viejo dice muchas veces lo que piensa, caiga quien caiga y pese a quien pese. Todas estas cualidades que he podido apreciar en gran número de personas mayores son admirables. La pena es que se tenga que llegar a esta edad para atrevernos a decir lo que realmente pensamos.





Muchas personas mayores son misántropas. Les gusta reflexionar y meditar sobre el género humano y sus desdichas y disfrutan de la soledad. Cabe decir que para ser misántropo no hace falta llegar a viejo. Yo tengo ciertos rasgos de misantropía bastante agudizados. Amo la soledad, no comparto aficiones con otras personas y desprecio muchas actividades sociales. Considero que el ser humano alcanza su plena libertad cuando hunde su pensamiento en las raíces de su ser. Esa soledad, muchas veces impuesta, del viejo le lleva a la misantropía y a un comportamiento antisocial que  agria su carácter. Es cierto, ¡sí! Muchos viejos viven amargados. Pero hay que entender su postura. Muchos de ellos han recorrido una vida llena de dificultades y no han podido realizar ninguno de sus sueños. Las circunstancias de la vida y los problemas que han surgido en el camino les han impedido realizarse como personas. Teniendo en cuenta que sólo se vive una vez, es normal que el viejo se amargue viviendo como vive muchas veces entre sus recuerdos.


Que el viejo es insolente, es evidente. Muchas veces su actitud  y sus palabras son ofensivas. No aguanta ni “una avispa en los coj…” como dice un dicho popular  algo vulgar pero cierto. La insolencia puede ser más o menos llevadera, pero en algunos extremos roza la agresividad. Traigo una colación una anécdota que siempre recordaré. Un buen día subí al autobús y, cansada de estar caminando todo el día, me senté en uno de los asientos reservados. En la siguiente parada se subió un señor,y , viendo que no había ningún asiento libre  de los reservados , se dirigió hacia donde estaba sentada y se sentó encima de mí. Mi sorpresa fue mayúscula y sentí tal vergüenza que lo único que me atreví a decir en voz alta al señor y a todos los allí presentes que el don de la palabra existe para muchas cosas, entre ellas el pedir las cosas con buenas maneras.  El viejo en cuestión comenzó a chillar y amenazar con el bastón. Y todo porque me había atrevido a quejarme de una acción imprudente y maleducada por su parte. ¿O es normal que una persona se suba al autobús y sin decir ni media se siente encima de tí?  Bien pensado, en ese momento la insolente fui yo porque frente a la mala educación del viejo no me callé y lo llamé impertinente y maleducado delante del conductor y de todos los viajeros. Nadie rechistó. Hubo quienes me miraron y aprobaron mis palabras. La insolencia del viejo, señores, que llega hasta extremos inauditos. Y pensar que muchos jóvenes tenemos mala fama…

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