El parón que nos viene
No me gusta ser agorera, ni tampoco catastrofista, pero todo apunta a que
los próximos dos o tres años van a ser
difíciles. La pandemia por el nuevo virus
COVID 19 ha generado una paralización de muchos sectores económicos del
país. No es necesario ser economista para percatarse del daño que la expansión
de esta enfermedad está causando en todo el mundo. Los próximos años vamos a
vivir en una continua recesión en la que
trabajaremos a medio gas, viviremos pegados a una mascarilla y
cruzaremos los dedos para que, finalmente, encontremos una vacuna adecuada o un
medicamento que frene los efectos del virus.
Mientras tanto, si uno pasea por las calles de Barcelona se da cuenta de la realidad social que vivimos. Los restaurantes están medio vacíos, las salas de teatro, cine y conciertos prácticamente al borde del desastre y los comercios al por menor tampoco tienen clientes suficientes como para poder vivir mucho tiempo más. Cuando paseo por las calles medio vacías de mi ciudad me invade una sensación de tristeza por lo que estamos dejando atrás en plena pandemia. Las restricciones nos permiten vivir con condiciones, y entiendo que así sea. Ante todo debemos protegernos lo máximo posible de un posible contagio y de contribuir al ritmo de crecimiento de expansión del virus, pero temo que la pérdida de libertad individual que estamos viviendo haya venido para quedarse, que nuestros gobiernos hayan encontrado una buena manera de tenernos controlados y sin margen de improvisación. Ya nos tenían suficientemente registrados mediante las redes sociales, el uso de móviles y cualquier actividad online como para que ahora también las restricciones en cuanto a horarios, movilidades y uso de ciertas precauciones vengan para quedarse. Espero que,cuando toda esta pesadilla termine, volvamos, al menos, a los límites de libertad individual que teníamos antes de la pandemia. Y si no es así, debemos hacer valer nuestra voz para que así sea.
Otro aspecto que ha puesto de evidencia las carencias de Barcelona durante
este año es su dependencia del turismo para muy buena parte de buen rendimiento
económico. Hemos dependido tanto del turista, que ahora que no está, la ciudad
no sabe seguir sin él. Todo ello me ha pensar que es necesario que los
políticos y empresarios se percaten de la necesidad de reinventar nuestra
ciudad, de hacerla más productiva, de evitar que , ante una nueva futura
pandemia en las próximas décadas, se vea
impotente ante la falta de llegada de turistas. Barcelona tiene que
diversificar su actividad empresarial y no ser únicamente la ciudad
mediterránea moderna y barata de los guiris con un presupuesto medio o bajo.
No, señores. Esta fórmula ya no vale. Pasamos del ladrillo al turista y ahora, ¿qué será lo próximo? Una ciudad fuerte es
aquella que sobrevive a cualquier imprevisto y sabe rediseñarse para ser
autónoma y proactiva. Por desgracia, no
estoy viendo esta fortaleza en mi ciudad. Hace muchos años que la dejó por el
camino.
Frente al inmovilismo de nuestros gobiernos, sean del signo político que
sean,los ciudadanos podemos hacer algo al respecto. Siguiendo las precauciones
necesarias, debemos evitar caer en el miedo y en la fobia que los medios de
comunicación propagan sobre el virus. Informaciones contradictorias y caóticas
en algunas ocasiones que sólo nos crean más incertidumbre y malestar. La mejor
manera de contribuir a reactivar un poco la economía de esta ciudad, si está al
alcance de nuestro bolsillo, es seguir acudiendo a un restaurante, a un teatro
a una sala de cine. Sentémonos a tomar algo, disfrutemos de un buen paseo por
el maravilloso paseo marítimo que tenemos, vayamos a un museo en las múltiples
exposiciones que se siguen organizando en la ciudad y alegrémonos de estar
vivos, de disfrutar de nuestra ciudad, que, pese a la desgracia, vuelve a
pertenecernos. Quién mejor que nosotros, los barceloneses, volvamos a hacer de
esta ciudad una urbe llena de vida, movimiento y color.
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