Carta de un lobo
solitario.
Querido lector,
Camino
por las calles de la ciudad distópica hasta acercarme al borde del abismo. Veo
un profundo precipicio en el que no se atisba el fin y estoy a punto de
lanzarme al vacío para descubrir la verdad. Me obsesiona la búsqueda del amor.
No es un amor humano lo que busco, busco el amor de la vida, de ese espíritu
que me ha sido esquivo desde que tengo uso de razón. Estoy impaciente por saber
qué hay más allá de este vivir superficial, de este estar atrapado entre los
límites de lo humano. Y estoy a punto de lanzarme al vacío cuando la veo, veo a
una pobre chica como yo, un lobo solitario que esquiva a los demás. Pasaría
completamente desapercibida si no fuera porque también camina cabizbaja y
pensativa, pensando en sus exhalaciones y fluctuando entre mundos líquidos e
inconstantes. Esa chica contiene la verdad que busco. Ella es el medio vacío en
el que completar la búsqueda de saber. Mi yo espiritual, mi alma.
La veo
cada día, sentada en el mismo banco, a la misma hora, como esperando algo que
nunca aparece. Desde varios metros de distancia, y asegurándome de no ser
descubierto, la observo. Soy incapaz de
acercarme y saludarla, de romper esa inmensa barrera que nos separa: El
desconocimiento del uno y el otro. Cada día, antes de vagar sin rumbo por las
calles del infierno, me dirijo a ese parque y la observo. ¿Qué hará allí
sentada todos los días a la misma hora? El misterio me hace esperar cada día
más sin obtener respuesta. Permanece sentada e inerte, como si el frío o el
calor no fuera con ella, como si lo externo no existiera. Sólo está ella,
encontrándose con algo que sólo ella
puede distinguir. Un buen día
despareció. No estaba sentada en aquel banco. La esperé durante horas, desde mi
habitual distancia, pero no apareció. Cansado de esperar, decidí volver al día
siguiente. No apareció al otro día, ni al siguiente. Entonces decidí que sería yo
quien me sentara en el banco, quien ocupara su perspectiva. Desde entonces estoy sentado en el lugar que
ocupaba. Han pasado varios días y no consigo entender por qué se ha esfumado.
Ocupando su íntimo espacio procuro ser ella, observar como ella lo haría. No
veo nada a destacar, una fuente y unos
árboles . Más allá de éstos hay varios edificios antiguos que deben albergar
las viviendas de obreros de las minas de las afueras de la ciudad. Espero
durante días alguna pista que me ayude a encontrarla. Sé que sólo ella puede
salvarme. Y mi paciencia acaba dando sus primeros frutos.
De uno de los portales de los edificios que he estado observando
durante horas sentado en mi banco, sale ella, el espíritu etéreo y femenino que
me ha nublado el corazón y el alma hasta hacerme un esclavo de mis pasiones. Me
sobresalto al verla aparecer entre mis ojos. Me decido a seguirla unos metros
por detrás y siendo especialmente cauteloso, pues no quiero que se percate de
que alguien la sigue. Camina durante media hora hasta llegar a la puerta de una
iglesia, en la que entra. No hay nadie en el templo. Es una pequeña parroquia
de barrio que forma parte de un convento carmelita. Hace poco que han abierto
porque observo como una monjita de
avanzada edad acaba de encender las luces de uno de los laterales del interior.
Me fijo en los horarios de misa y observo que no hay ningún acto programado a
esta hora. En un banco lateral, está sentada, observando al Cristo crucificado
del altar mayor. Apenas habían transcurrido unos minutos cuando aparece un hombre elegantemente vestido. Se sienta
junto a ella y le coge de la mano. Le susurra algo al oído y se levantan. Me
escondo tras una de las columnas para que no ser visto cuando ambos salgan del
templo. Los sigo. Son amantes . Van cogidos de la mano y se paran en varias
ocasiones para abrazarse y besarse. Mientras los sigo unos pasos más atrás me siento frustrado y abatido. Aquella mujer
que me había robado el alma durante días, que me había mantenido en vilo y por
cuya existencia yo seguía ilusionado y expectante, aquella mujer que se había
convertido en mi inspiración y en el deseo espiritual que mi vida necesitaba
resultaba ser una simple y vulgar mujer más, entregada a un hombre que , por
sus vestimentas y el anillo que me parecía observar en su mano izquierda , se
trataba de un hombre casado y de buena posición social que la utilizaba como
puro entretenimiento o quizás la amaba pero no lo suficiente como para
entregarse a ella por completo. Entonces pensé que seguiría siendo un lobo
solitario, que aquella mujer a la que había idealizado fuera con total
seguridad una chica sin mayor interés que el que yo había imaginado en mi
interior, creándole una vida mucho más interesante de la que realmente vivía. Fue entonces cuando me
di cuenta de que jamás me enamoraría de una mujer real , de carne y hueso, pues
las mujeres que mi mente ideaba , aquellas que aparecían en mis relatos, eran
mucho más atractivas que las que el mundo pudiera ofrecerme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario