martes, 28 de enero de 2020

Carta de un lobo solitario: Reflexiones y pasiones de un alma solitaria.




Carta de un lobo solitario.

Querido lector,
Camino por las calles de la ciudad distópica hasta acercarme al borde del abismo. Veo un profundo precipicio en el que no se atisba el fin y estoy a punto de lanzarme al vacío para descubrir la verdad. Me obsesiona la búsqueda del amor. No es un amor humano lo que busco, busco el amor de la vida, de ese espíritu que me ha sido esquivo desde que tengo uso de razón. Estoy impaciente por saber qué hay más allá de este vivir superficial, de este estar atrapado entre los límites de lo humano. Y estoy a punto de lanzarme al vacío cuando la veo, veo a una pobre chica como yo, un lobo solitario que esquiva a los demás. Pasaría completamente desapercibida si no fuera porque también camina cabizbaja y pensativa, pensando en sus exhalaciones y fluctuando entre mundos líquidos e inconstantes. Esa chica contiene la verdad que busco. Ella es el medio vacío en el que completar la búsqueda de saber. Mi yo espiritual, mi alma.






La veo cada día, sentada en el mismo banco, a la misma hora, como esperando algo que nunca aparece. Desde varios metros de distancia, y asegurándome de no ser descubierto, la observo. Soy incapaz de  acercarme y saludarla, de romper esa inmensa barrera que nos separa: El desconocimiento del uno y el otro. Cada día, antes de vagar sin rumbo por las calles del infierno, me dirijo a ese parque y la observo. ¿Qué hará allí sentada todos los días a la misma hora? El misterio me hace esperar cada día más sin obtener respuesta. Permanece sentada e inerte, como si el frío o el calor no fuera con ella, como si lo externo no existiera. Sólo está ella, encontrándose con  algo que sólo ella puede distinguir.  Un buen día despareció. No estaba sentada en aquel banco. La esperé durante horas, desde mi habitual distancia, pero no apareció. Cansado de esperar, decidí volver al día siguiente. No apareció al otro día, ni al siguiente. Entonces decidí que sería yo quien me sentara en el banco, quien ocupara su perspectiva.  Desde entonces estoy sentado en el lugar que ocupaba. Han pasado varios días y no consigo entender por qué se ha esfumado. Ocupando su íntimo espacio procuro ser ella, observar como ella lo haría. No veo nada a destacar, una fuente  y unos árboles . Más allá de éstos hay varios edificios antiguos que deben albergar las viviendas de obreros de las minas de las afueras de la ciudad. Espero durante días alguna pista que me ayude a encontrarla. Sé que sólo ella puede salvarme. Y mi paciencia acaba dando sus primeros frutos.

De  uno de los portales  de los edificios que he estado observando durante horas sentado en mi banco, sale ella, el espíritu etéreo y femenino que me ha nublado el corazón y el alma hasta hacerme un esclavo de mis pasiones. Me sobresalto al verla aparecer entre mis ojos. Me decido a seguirla unos metros por detrás y siendo especialmente cauteloso, pues no quiero que se percate de que alguien la sigue. Camina durante media hora hasta llegar a la puerta de una iglesia, en la que entra. No hay nadie en el templo. Es una pequeña parroquia de barrio que forma parte de un convento carmelita. Hace poco que han abierto porque observo como  una monjita de avanzada edad acaba de encender las luces de uno de los laterales del interior. Me fijo en los horarios de misa y observo que no hay ningún acto programado a esta hora. En un banco lateral, está sentada, observando al Cristo crucificado del altar mayor. Apenas habían transcurrido unos minutos cuando aparece  un hombre elegantemente vestido. Se sienta junto a ella y le coge de la mano. Le susurra algo al oído y se levantan. Me escondo tras una de las columnas para que no ser visto cuando ambos salgan del templo. Los sigo. Son amantes . Van cogidos de la mano y se paran en varias ocasiones para abrazarse y besarse. Mientras los sigo unos pasos más atrás  me siento frustrado y abatido. Aquella mujer que me había robado el alma durante días, que me había mantenido en vilo y por cuya existencia yo seguía ilusionado y expectante, aquella mujer que se había convertido en mi inspiración y en el deseo espiritual que mi vida necesitaba resultaba ser una simple y vulgar mujer más, entregada a un hombre que , por sus vestimentas y el anillo que me parecía observar en su mano izquierda , se trataba de un hombre casado y de buena posición social que la utilizaba como puro entretenimiento o quizás la amaba pero no lo suficiente como para entregarse a ella por completo. Entonces pensé que seguiría siendo un lobo solitario, que aquella mujer a la que había idealizado fuera con total seguridad una chica sin mayor interés que el que yo había imaginado en mi interior, creándole una vida mucho más interesante de  la que realmente vivía. Fue entonces cuando me di cuenta de que jamás me enamoraría de una mujer real , de carne y hueso, pues las mujeres que mi mente ideaba , aquellas que aparecían en mis relatos, eran mucho más atractivas que las que el mundo pudiera ofrecerme.



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