jueves, 28 de junio de 2018

Los apestados.



A Renán Alonso , amigo y poeta.



  • -          -  Deben tener frío y hambre.
  • -          -  ¿Que si tienen frío y hambre? Me contestó el maestro con otra de sus preguntas enigmáticas.


Pensé inmediatamente que esa reflexión en voz alta era una somera estupidez. No sólo tenían hambre, sed y frío, también miedo. Eran los apestados. Carne humana y gasto social para los gobiernos. Mi maestro y yo mirábamos el movimiento de las olas y el acercamiento de cientos de embarcaciones que embarraban en la playa. De minúsculas barcas de madera salían cientos de hombres, mujeres  y niños negros que olían a sal, sudor y desesperación. La guardia marítima y los agentes se apresuraban a detenerlos y los conducían a los campamentos. Allí pasarán un reconocimiento médico, se les asignará un número y se debatirá qué hacer con ellos. Nos molestan. Son invasores. Arriesgan su vida por un sueño, el de la Europa del bienestar, que no existe cuando topan con la triste realidad: La de un continente que agoniza más lentamente que el suyo pese a conservar los restos de la cena en la mesa y el maquillaje de las últimas horas.





Mi maestro y yo  nos acercamos a contemplar el lamentable espectáculo: una madre llevaba en sus brazos el cadáver de un niño. Había enfermado y fallecido en la larga travesía. Elucubré de quién podía tratarse aquel pequeño. Quizás la mujer no fuera su madre. O tal vez lo fuera. Quizás su madre había perecido en alta mar y aquella mujer le había dado cariño y consuelo hasta que también el niño enfermó y murió. Puede que el niño ya hubiera partido de su país enfermo y  las penalidades del viaje lo acabaron de matar. El poeta sólo miraba al horizonte. Esperaba la próxima barca que se aproximaría a la costa.
-          No es bello, maestro. No veo belleza en este triste espectáculo como para hacer poesía. – Mi mentor me exigía que  elaborara un poema partiendo del dolor  y la desgracia ajena.

-          ¿Te molestan?- Me preguntó.

No supe qué responder. Si contestaba que no, mentía. Si contestaba que sí, exageraba. En cierto modo, claro que me molestaban. Son problemas imprevistos, tragedias cotidianas que reclaman nuestra conciencia. Acostumbrada a escribir cosas bonitas sobre el amor, el deseo, la vida y la belleza, aquello salía de los cánones establecidos. ¿Cómo quería que hablara de lo que no conocía?
-     
Rió. Sus sonrisas siempre eran enigmáticas. Optó por callar y seguir mirando al horizonte. Quizás pasarían algunas horas antes de avistar una nueva embarcación. Aquella visión me acompañó el resto de días que pasé en las costas del Sur. ¿Sería capaz de escribir poesía sobre lo que acababa de ver? Aquellos desconocidos me producían una extraña mezcla de sensaciones:miedo,compasión,tristeza, incomodidad…  Pasaron los días y apenas lograba escribir un par de versos. Resultaba decepcionante sentir que  las palabras no salían de mi pensamiento, que el corazón no se humillaba ante la tragedia. ¿Acaso no estoy preparada para escribir una realidad diferente a la conocida hasta el momento? Pasaron los días y yo seguía frente a unas pocas rimas que parecía propias de un colegial de sexto. Hasta que por fin se me ocurrió qué podía hacer: Hablar con los naúfragos.Los hombres sin nombre que habitaban los campamentos de refugiados tenían verdades que contar. Se les quita la voz para que no nos avergüencen pero hablan con sus miradas.  Y el bloqueo dio paso al entusiasmo. Me senté de nuevo ante el papel en blanco y comenzaron a surgir las palabras. La belleza se unió a la tragedia y arrastró la huida del hambre y las frágiles naves. Aquellos apestados se trasladaban según el empuje de las olas , depositaban sus esperanzas en aquellas playas. Vivían como vasallos y soñaban como ricos. Poco importaba que los miráramos como apestados porque ellos se sabían héroes de su propio destino. A todos ellos, dedico estos versos:


Los apestados.

Inquieto movimiento de olas,
horas de cambiantes ímpetus,
la marea los arrastra con el empuje,
siguiendo el viento la ruta de la corriente.

¡ Ahí llegan  los apestados!

Los frágiles cascarones de madera, en la lucha,
con su falta de pericia, deseos de laborar,
enfrentados a la amarga singladura,
los hombres mueren por las aguas, al arrastrar.

¡ Ahí  llegan los apestados!

Con el rechazo de los perros guardias,
que les niegan al pobre sus deseos de trabajar,
los reyes de sus países, ricos hacendados,
no se preocupan. Son simples vasallos, ¡morirán!

Jirones de humanos despojos, proletarios triturados,
en las olas depositan sus frustradas ilusiones,
anónimo muchacho maltratado por las aguas,
nadie te loa, ¡ mueres !

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