A
Renán Alonso , amigo y poeta.
- - - Deben tener frío y hambre.
- - - ¿Que si tienen frío y hambre? Me contestó el maestro con otra de sus preguntas enigmáticas.
Pensé inmediatamente que esa reflexión en voz alta era una somera estupidez.
No sólo tenían hambre, sed y frío, también miedo. Eran los apestados. Carne
humana y gasto social para los gobiernos. Mi maestro y yo mirábamos el
movimiento de las olas y el acercamiento de cientos de embarcaciones que
embarraban en la playa. De minúsculas barcas de madera salían cientos de
hombres, mujeres y niños negros que
olían a sal, sudor y desesperación. La guardia marítima y los agentes se
apresuraban a detenerlos y los conducían a los campamentos. Allí pasarán un
reconocimiento médico, se les asignará un número y se debatirá qué hacer con
ellos. Nos molestan. Son invasores. Arriesgan su vida por un sueño, el de la
Europa del bienestar, que no existe cuando topan con la triste realidad: La de
un continente que agoniza más lentamente que el suyo pese a conservar los restos
de la cena en la mesa y el maquillaje de las últimas horas.
Mi maestro y yo nos acercamos a
contemplar el lamentable espectáculo: una madre llevaba en sus brazos el
cadáver de un niño. Había enfermado y fallecido en la larga travesía. Elucubré
de quién podía tratarse aquel pequeño. Quizás la mujer no fuera su madre. O tal
vez lo fuera. Quizás su madre había perecido en alta mar y aquella mujer le
había dado cariño y consuelo hasta que también el niño enfermó y murió. Puede
que el niño ya hubiera partido de su país enfermo y las penalidades del viaje lo acabaron de
matar. El poeta sólo miraba al horizonte. Esperaba la próxima barca que se
aproximaría a la costa.
-
No es bello,
maestro. No veo belleza en este triste espectáculo como para hacer poesía. – Mi
mentor me exigía que elaborara un poema
partiendo del dolor y la desgracia
ajena.
-
¿Te
molestan?- Me preguntó.
No supe qué responder. Si contestaba que no, mentía. Si contestaba que sí,
exageraba. En cierto modo, claro que me molestaban. Son problemas imprevistos,
tragedias cotidianas que reclaman nuestra conciencia. Acostumbrada a escribir
cosas bonitas sobre el amor, el deseo, la vida y la belleza, aquello salía de
los cánones establecidos. ¿Cómo quería que hablara de lo que no conocía?
-
Rió. Sus sonrisas siempre eran enigmáticas. Optó por callar y seguir
mirando al horizonte. Quizás pasarían algunas horas antes de avistar una nueva
embarcación. Aquella visión me acompañó el resto de días que pasé en las costas
del Sur. ¿Sería capaz de escribir poesía sobre lo que acababa de ver? Aquellos
desconocidos me producían una extraña mezcla de sensaciones:miedo,compasión,tristeza,
incomodidad… Pasaron los días y apenas
lograba escribir un par de versos. Resultaba decepcionante sentir que las palabras no salían de mi pensamiento, que
el corazón no se humillaba ante la tragedia. ¿Acaso no estoy preparada para
escribir una realidad diferente a la conocida hasta el momento? Pasaron los
días y yo seguía frente a unas pocas rimas que parecía propias de un colegial
de sexto. Hasta que por fin se me ocurrió qué podía hacer: Hablar con los
naúfragos.Los hombres sin nombre que habitaban los campamentos de refugiados
tenían verdades que contar. Se les quita la voz para que no nos avergüencen
pero hablan con sus miradas. Y el
bloqueo dio paso al entusiasmo. Me senté de nuevo ante el papel en blanco y
comenzaron a surgir las palabras. La belleza se unió a la tragedia y arrastró
la huida del hambre y las frágiles naves. Aquellos apestados se trasladaban según
el empuje de las olas , depositaban sus esperanzas en aquellas playas. Vivían
como vasallos y soñaban como ricos. Poco importaba que los miráramos como
apestados porque ellos se sabían héroes de su propio destino. A todos ellos,
dedico estos versos:
Los apestados.
Inquieto
movimiento de olas,
horas de
cambiantes ímpetus,
la marea los
arrastra con el empuje,
siguiendo el
viento la ruta de la corriente.
¡ Ahí llegan los apestados!
Los frágiles
cascarones de madera, en la lucha,
con su falta de
pericia, deseos de laborar,
enfrentados a la
amarga singladura,
los hombres
mueren por las aguas, al arrastrar.
¡ Ahí llegan los apestados!
Con el rechazo
de los perros guardias,
que les niegan
al pobre sus deseos de trabajar,
los reyes de sus
países, ricos hacendados,
no se preocupan.
Son simples vasallos, ¡morirán!
Jirones de
humanos despojos, proletarios triturados,
en las olas
depositan sus frustradas ilusiones,
anónimo muchacho
maltratado por las aguas,
nadie te loa, ¡
mueres !
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