Un anciano ataviado con una capa
negra estaba sentado frente a un escritorio lleno de libros. Su rostro
reflejaba el paso de los años y cada una de sus arrugas era una página más de las
muchas que había leído. Una enorme barba blanca dulcificaba su rostro. Estaba
terminando de leer un tomo enciclopédico cuando vio interrumpida su actividad por la aparición
de un gato altanero y un hombrecito a quien nunca había visto. Frunció el ceño.
No tenía ganas de hablar con nadie. Tenía mucho trabajo por delante. Tenía
cinco libros más por leer encima del escritorio y debía repasar el catálogo de
los libros relacionados con la alquimia. Hacía días que buscaba “La gallina negra”,un grimorio de
carácter anónimo escrito en el SXVIII y prohibido por la iglesia católica tras
su publicación. El libro debía estar en la parte del laberinto relacionada con
el esoterismo, en la colección de magia y hechicería, pero había revisado bien
aquella zona y ni rastro del manuscrito.
Su deber era velar por la custodia de
cada uno de los miles de libros dormidos y ocultos por la historia. El sabio se
estaba haciendo demasiado viejo y sus facultades no le permitían ser tan
eficiente como antes. Bugay se acercó y
le hizo una pequeña reverencia.
-
Sabia Excelencia, me inclino ante usted y le
ofrezco mis más sinceras disculpas por haber interrumpido su lectura. Hace ya
algún tiempo estuve aquí por primera vez
y espero que pueda recordarme. Soy Bugay , el gato del maestro chocolatero Jumi
y de la dulce Ylami.
- Por supuesto que me acuerdo de ti. ¿Cómo quieres
que te olvide? Aún recuerdo lo mucho que
conversamos. Fuiste capaz de encontrar la salida del laberinto de los libros
prohibidos. Lo recuerdo muy bien porque es una prueba muy difícil de superar.
Muchos eruditos lo intentan y fracasan en el intento. Tú conseguiste encontrarme.
Bugay esbozó una sonrisa. Por
aquellos tiempos era un gato joven que
no se amilanaba ante nada. Los enanos siempre hablaban del sabio bibliotecario
que vivía en una gruta, de un laberinto de estantes de libros y de miles de
secretos allí escondidos.
-
Sabia Excelencia, ¿recuerda lo que le prometí
entonces?
-
Por supuesto que lo recuerdo. Me prometiste
volver con alguien que fuera de tu máxima confianza. Sólo las mentes lúcidas
pueden entender la sabiduría que yace en el mundo subterráneo. Sólo las
personas limpias de corazón y valientes pueden apreciar los tesoros que aquí se
custodian.
-
Pues he cumplido lo prometido,Sabia Excelencia.
He vuelto con el mejor acompañante que
he podido encontrar en el Tahuantinsuyo. Le presento a Geraldo, el enano alto.
Por momentos no supo qué hacer.
El anciano se ajustó las lentes para observarlo mejor. Su curiosidad era tal
que se levantó de su humilde sillón de madera para apreciar sus medidas.
Geraldo imitó la reverencia que había visto hacer a Bugay y pronunció unas
tímidas palabras.
-
Es un honor conocerle. Me llamo Geraldo y soy un
hombrecito. Mis medidas son peculiares. Soy demasiado bajo en comparación con
los niños de mi edad y muy alto para ser
enano. Algunos me llaman enano alto pero yo prefiero que me llamen por mi
nombre.
-
Una presentación muy interesante.
El anciano se volvió a sentar en
la silla. Cerró los libros abiertos que tenía esparcidos sobre la mesa de
escritorio, ordenó los manuscritos que había copiado y guardó su pluma en uno
de los cajones. Se volvió a ajustar las lentes y se acomodó en el sillón.
Carraspeó antes de contestar.
-
Si bien es verdad que tus medidas son peculiares,
lo que más me ha llamado la atención es
tu timidez. Yo también fui un niño tímido, ¿sabes? Era la oveja negra de mi
familia. Mis padres no entendían que siempre estuviera leyendo. No había nada
en este mundo que me interesara más que la lectura. Es una auténtica adicción,
¿no crees? – Geraldo asintió.- Pues yo me pasaba auténticas horas de placer
leyendo libros de todo tipo. Así fue como me hice sabio. Nací en Capadocia, la
actual Turquía, en el año 275 D.C y mis padres fueron el general romano Geroncio
y Policromía, una de las mujeres más buenas y piadosas del mundo. A mí me pusieron
el nombre de Jorge, nombre de origen griego que significa “agricultor”. Mi
madre me educó en la fe cristiana e hizo
de mí un auténtico creyente. A la edad de veinte años me enrolé en el ejército
y me convertí en lo que siempre había soñado: Ser caballero. Mis hazañas se extendieron por todo el
orbe y todas las naciones se hacían eco
de ellas.
Geraldo no daba crédito a lo que estaba
escuchando. La narración del anciano coincidía con la de San Jorge, mártir
y santo de la iglesia católica venerado
en muchos países del viejo continente. ¿Acaso había escuchado bien y estaba
ante el mismo caballero medieval o sólo
se trataba de una tomadura de pelo? Aquel anciano debía estar completamente
chalado porque era imposible que alguien nacido en el 275 siguiera vivo. Es
imposible que estuviera conversando con San Jorge.
-
¿Es usted San Jorge, el caballero que mataba
dragones y salvaba princesas?
-
El mismo que tienes aquí delante. Pero te
agradecería que dejaras lo de Santo. Me puedes llamar Jorge, a secas. Hace años
que dejé de creer en lo de la santidad y todas esas patrañas. Yo sólo creo en
la ciencia y en la capacidad del ser humano de superarse a sí mismo a través
del conocimiento. Dios no existe. Es una invención del hombre. La
invención más necesaria para poder
seguir confiando en la vida. Pero no existe nada más allá de la muerte. Sólo
los números, la ciencia y la lógica pueden dar una explicación al universo. Por
ese motivo dejé las armas y me convertí en bibliotecario. He conocido a
personas, he visto paisajes y he vivido experiencias que ni puedes llegar a imaginar por ti mismo,
muchachito. Pero todo aquello ya pasó, víctima del tiempo traidor, que todo lo
pudre. Llegó un momento en que llegué a
sentirme tan cansado por la fama que decidí cambiar de vida. Como siempre me
han apasionado los libros, me convertí en el bibliotecario más famoso de todos
los tiempos. Fui presidente de la Nueva Biblioteca de Alejandría y ahora
custodio el único lugar de la tierra que contiene el índice de los libros
prohibidos. Mi trabajo no es fácil. La gruta contiene enseñanzas que pueden
derrumbar el mundo tal y como ahora lo conocemos.
-
¿Por qué estos libros no pueden leerse? Yo creía
que el Tahuantinsuyo era la isla más libre y justa del planeta.
-
Los libros de esta gruta son peligrosos,
muchachito. Son libros que van más allá de lo correctamente establecido. La
isla es un ejemplo de paz y harmonía, no puede permitirse el grave error de
dejar estos libros al alcance de cualquiera.
-
¿Son libros peligrosos?
-
No lo son a priori pero pueden llegar a serlo si son mal
interpretados. Mi trabajo es precisamente interpretarlos, ordenarlos y
custodiarlos.
-
Sabia Excelencia, ¿prefiere leer libros a matar
dragones?
-
Lo de la leyenda del dragón y la princesa es
otra patraña más. Mi fama de caballero audaz se extendió por esa leyenda
infundada. Jamás me enfrenté a ningún dragón
y a la única princesa que salvé fue a la hija de un campesino de
Valladolid. Estaba a punto de ser violada por unos bandidos y la rescaté de
aquella situación. De ahí surgió la
imaginativa variante del dragón y la princesa. Pura imaginación.
-
Sabia Excelencia, para mí sería una fuente de
inagotable placer ser su aprendiz. Yo amo los libros y no encuentro otro lugar
en el mundo más bello que esta biblioteca. ¿Le gustaría enseñarme?
-
Eres demasiado joven todavía para convertirte en
mi aprendiz.- Los ojos de su Sabia Excelencia se iluminaron de alegría y
centellearon como chispitas de luz.- Antes de convertirte en digno guardián de
la gruta debes vivir tu infancia y salir
al mundo. Cuando sea el momento adecuado, sabrás si quieres encerrarte aquí y
renunciar a todo. Ahora, vive. Saborea cada minuto de tu vida. Guarda en tu
memoria los mejores momentos. Cada uno de estos momentos constituirán las
páginas del mejor libro que puedes escribir. El libro de tu vida.
-
¿Y cómo se escribe ese libro?
-
No puedo darte consejos sobre cómo escribirlo.
Tú eres el protagonista, el narrador y
el autor. No puedes planear la trama ni modificar las circunstancias. Lo único
que puedes hacer por ese libro es darle tu estilo. Escríbelo con intensidad y
emoción. Escríbelo y vívelo al mismo tiempo. La vida es escritura. Dios eres
tú. Enlaza y desenreda. Agóbiate y camina. Llora en el tercer capítulo y ríete
en el penúltimo. No te tomes demasiado en serio la historia. Búrlate de ti
mismo si quieres salir airoso de situaciones difíciles y, sobre todo, ama. Lo
único que salva a los personajes en cualquier historia es el amor. Ama,
muchachito. El amor da sentido a todo.
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