La
insolencia del viejo.
Estoy segura de que el título de este artículo sorprenderá a quienes lo
lean. Quienes en nuestro quehacer cotidiano estamos en contacto con personas
mayores sabemos que, en muchas ocasiones , su descaro e insolencia son mayúsculas.
El viejo es sabio y astuto. No tiene la fuerza de la juventud pero posee la experiencia de los años. A
pesar de que no me gusta generalizar, confirmo que una mayoría de personas de
la llamada “tercera edad” no tienen reparo en decir lo que piensan a voz en
grito y en increpar a cualquiera que los molesta. “El viejo se queja de vicio”
dicen algunos. Yo diría que se queja porque es consciente de que la lengua osada
e insolente es su única arma defensiva que conserva todas y cada una de sus
facultades incólumes. Seamos claros: Saber que hemos recorrido un buen trecho
del camino de la vida nos permite ciertas concesiones que, de no ser así, seríamos
incapaces de realizar. El viejo dice muchas veces lo que piensa, caiga quien
caiga y pese a quien pese. Todas estas cualidades que he podido apreciar en
gran número de personas mayores son admirables. La pena es que se tenga que
llegar a esta edad para atrevernos a decir lo que realmente pensamos.