sábado, 27 de mayo de 2017

Fragmentos del enano alto: La historia de Bitia y el dragón.

Los mimñus habían empezado a poblar aquella isla remota y  veneraban a la Madre Naturaleza celebrando picnics y compartiendo pasteles que habían elaborado entre ellos. El lago rebosaba de vida y alegría. Siempre finalizaban sus celebraciones entonando canciones de amor a  su amada isla y daban las gracias por la suerte que habían tenido bañándose en sus aguas. Pero un día ocurrió algo terrible. Una enana mimñu de pocos años  murió ahogada. Sentía auténtico miedo al agua y no había aprendido a nadar. La familia de la pequeña no había dicho nada al resto de la comunidad y se produjo un hecho que ocasionó el desastre. Jugaba con otros mimñus de su edad en una roca que se alzaba en la orilla izquierda del lago. Bitia , que así se llamaba la niña mimñu , empezó a dar vueltas  de alegría y a correr por los bordes de la roca con tan mala fortuna que cayó por accidente a las aguas pantanosas. El resto de mimñus creyeron que sabía nadar y esperaron a que saliera sana y salva de sus aguas, pero Bitia no apareció. Cuando quisieron salvarla ya era demasiado tarde. 







Los mimñus cuentan que, a partir de aquel fatídico día, todo cambió. Dejaron de hacer sus fiestas en aquel paraje y sólo se acercaban allí para depositar flores en la roca donde Bitia había sufrido la caída. Aquel lugar se convirtió en un centro de silencio y plegaria en el que se respiraba paz y serenidad pero donde no crecía la vida.Años más tarde también corrió la leyenda de que el lago estaba embrujado. Un agricultor llamado Pulja se perdió una noche en aquel bosque ,y, después de varias horas perdido en aquel laberinto de árboles, llegó a una de sus orillas. Lo que contempló lo dejó verdaderamente atónito. Bitia , la niña mimñu de ojos verdes y cabello dorados , cruzaba el lago a lomos de lo que parecía ser un animal de proporciones descomunales, cola de dragón y escamas de pez. El agricultor corrió despavorido a los poblados mimñus para explicar lo que había visto. Relató que la luna llena iluminaba con su luz mortecina las gélidas aguas y que los pájaros piaban de forma descontrolada cuando vieron aparecer a la enana surgir de las aguas silenciosas sentada a lomos de aquel monstruo o dragón. “¡Bitia está viva!” decía a todos sus vecinos. Lo tomaron por loco y prosiguieron con su vida rutinaria. Pero dos semanas después de  aquel previo aviso presenciado por Pulja  y a quien nadie dio crédito,  todos los enanos mimñus contemplaron al dragón y a la niña con sus propios ojos. Era una tranquila mañana. Los mimñus se dedicaban a sus ocupaciones cotidianas: el cultivo de hortalizas, la pesca y el pastoreo. De repente, vieron cómo sobrevolaba por encima de sus casas un dragón con unas alas enormes. Sentada a lomos del monstruo, Bitia los saludaba y chillaba contenta de alegría. Los mimñus corrieron aterrorizados a sus casas temiendo lo peor. Todos hemos leídos que los dragones incendian casas y sienten una especial predilección por las princesas. Pues bien, el dragón que se les apareció era un dragón bondadoso. Se limitó a sobrevolar un rato por encima del poblado hasta aterrizar en la plaza central. Bitia saltó a tierra y fue en busca de sus padres. Los mimñus reconocieron su voz pero no se atrevieron a salir de sus casas.  ¿Acaso no había muerto ahogada en el lago?  Los padres de Bitia ya eran unos ancianos y vivían en una choza muy pequeña. Al escuchar las voces de su niña, salieron a su encuentro. Hacía años que estaban enfermos y sólo esperaban la muerte y el momento de encontrar en el paraíso de los mimñus a su querida hija. Cuando la vieron ante sus ojos creyeron que ya habían llegado a ese paraíso pues veían a su querida enana delante de ellos. Pero no era así, Bitia los abrazó y les explicó lo que había ocurrido después de su muerte. Sí. Murió ahogada en el lago.  Su cuerpo nunca fue encontrado porque instantes después de morir, el dragón que habitaba allí la atrapó y se la llevó a su ruta secreta. El dragón era un ser bondadoso que, en una vida anterior, había sido escudero del famoso rey Arturo de las leyendas medievales. Insufló vida en el cuerpo de la niña y ésta volvió a la vida. Bitia quiso salir de la cueva submarina para reunirse con sus padres pero le hizo saber que no sabía nadar y que sólo él tenía la potestad de devolverla al mundo de los vivos. Ella le pidió volver a ver a sus padres. “¡Llévame hasta allí! Te prometo que  volveré y te cuidaré”. Pero el dragón se había enamorado de aquella hermosa enana mimñu y temía que, al llevarla al poblado, jamás volvería a su lado. Y así fue como Bitia quedó encerrada en sus dominios durante años. Era su cuidadora  y mano derecha. Bitia se conformó con aquella vida pero jamás olvidó la idea de volver  a ver a sus padres. Pasaron más años y la enana, que viviendo bajo el agua  había obtenido el don de la eterna juventud, volvió  a formular su deseo al dragón de las aguas silenciosas. Volvió a negarle su petición. Y Bitia enfermó de una extraña enfermedad que algunos llaman melancolía  y otros tristeza. Le llevaba los más hermosos collares de corales, le ofrecía los peces más apetitosos y las algas más tiernas pero su enamorada no quería vivir. Su sonrisa se había marchitado y sus ojos estaban siempre llorosos. “Mi querida niña, ¿qué puedo hacer por ti? Te he brindado lo mejor que hay en este lago pero tú sigues sin querer escucharme.” Y Bitia prefería no contestarle. El dragón  barruntaba el motivo de la enfermedad de su hermosa enana. Y fueron las silenciosas aguas del lago quienes les dieron respuesta a su pregunta. Su egoísmo había provocado la tristeza y enfermedad de Bitia. Le había pedido volver a ver a sus padres y él se había negado hasta en dos ocasiones. Y ahora Bitia estaba enferma. Se acercó al lecho de piedras donde dormía y le prometió llevarla hasta sus padres si volvía a sonreír. Y Bitia volvió a sonreír. Sus ojos volvieron a brillar y empezó a recuperarse de de su repentina melancolía. Cuando estuvo completamente sana, el dragón cumplió su promesa y la llevó al poblado donde envejecían los dos ancianos.

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