Los
mimñus habían empezado a poblar aquella isla remota y veneraban a la Madre Naturaleza celebrando
picnics y compartiendo pasteles que habían elaborado entre ellos. El lago
rebosaba de vida y alegría. Siempre finalizaban sus celebraciones entonando
canciones de amor a su amada isla y
daban las gracias por la suerte que habían tenido bañándose en sus aguas. Pero
un día ocurrió algo terrible. Una enana mimñu de pocos años murió ahogada. Sentía auténtico miedo al agua
y no había aprendido a nadar. La familia de la pequeña no había dicho nada al
resto de la comunidad y se produjo un hecho que ocasionó el desastre. Jugaba
con otros mimñus de su edad en una roca que se alzaba en la orilla izquierda
del lago. Bitia , que así se llamaba la niña mimñu , empezó a dar vueltas de alegría y a correr por los bordes de la
roca con tan mala fortuna que cayó por accidente a las aguas pantanosas. El
resto de mimñus creyeron que sabía nadar y esperaron a que saliera sana y salva
de sus aguas, pero Bitia no apareció. Cuando quisieron salvarla ya era demasiado
tarde.
Los mimñus cuentan que, a partir de aquel fatídico día, todo cambió. Dejaron
de hacer sus fiestas en aquel paraje y sólo se acercaban allí para depositar
flores en la roca donde Bitia había sufrido la caída. Aquel lugar se convirtió
en un centro de silencio y plegaria en el que se respiraba paz y serenidad pero
donde no crecía la vida.Años más tarde también corrió la leyenda de que el lago
estaba embrujado. Un agricultor llamado Pulja se perdió una noche en aquel
bosque ,y, después de varias horas perdido en aquel laberinto de árboles, llegó
a una de sus orillas. Lo que contempló lo dejó verdaderamente atónito. Bitia ,
la niña mimñu de ojos verdes y cabello dorados , cruzaba el lago a lomos de lo
que parecía ser un animal de proporciones descomunales, cola de dragón y
escamas de pez. El agricultor corrió despavorido a los poblados mimñus para
explicar lo que había visto. Relató que la luna llena iluminaba con su luz
mortecina las gélidas aguas y que los pájaros piaban de forma descontrolada
cuando vieron aparecer a la enana surgir de las aguas silenciosas sentada a
lomos de aquel monstruo o dragón. “¡Bitia está viva!” decía a todos sus
vecinos. Lo tomaron por loco y prosiguieron con su vida rutinaria. Pero dos semanas
después de aquel previo aviso
presenciado por Pulja y a quien nadie
dio crédito, todos los enanos mimñus
contemplaron al dragón y a la niña con sus propios ojos. Era una tranquila
mañana. Los mimñus se dedicaban a sus ocupaciones cotidianas: el cultivo de
hortalizas, la pesca y el pastoreo. De repente, vieron cómo sobrevolaba por
encima de sus casas un dragón con unas alas enormes. Sentada a lomos del
monstruo, Bitia los saludaba y chillaba contenta de alegría. Los mimñus
corrieron aterrorizados a sus casas temiendo lo peor. Todos hemos leídos que los
dragones incendian casas y sienten una especial predilección por las princesas.
Pues bien, el dragón que se les apareció era un dragón bondadoso. Se limitó a
sobrevolar un rato por encima del poblado hasta aterrizar en la plaza central.
Bitia saltó a tierra y fue en busca de sus padres. Los mimñus reconocieron su
voz pero no se atrevieron a salir de sus casas. ¿Acaso no había muerto ahogada en el
lago? Los padres de Bitia ya eran unos
ancianos y vivían en una choza muy pequeña. Al escuchar las voces de su niña, salieron
a su encuentro. Hacía años que estaban enfermos y sólo esperaban la muerte y el
momento de encontrar en el paraíso de los mimñus a su querida hija. Cuando la
vieron ante sus ojos creyeron que ya habían llegado a ese paraíso pues veían a
su querida enana delante de ellos. Pero no era así, Bitia los abrazó y les
explicó lo que había ocurrido después de su muerte. Sí. Murió ahogada en el
lago. Su cuerpo nunca fue encontrado porque
instantes después de morir, el dragón que habitaba allí la atrapó y se la llevó
a su ruta secreta. El dragón era un ser bondadoso que, en una vida anterior,
había sido escudero del famoso rey Arturo de las leyendas medievales. Insufló
vida en el cuerpo de la niña y ésta volvió a la vida. Bitia quiso salir de la
cueva submarina para reunirse con sus padres pero le hizo saber que no sabía
nadar y que sólo él tenía la potestad de devolverla al mundo de los vivos. Ella
le pidió volver a ver a sus padres. “¡Llévame hasta allí! Te prometo que volveré y te cuidaré”. Pero el dragón se
había enamorado de aquella hermosa enana mimñu y temía que, al llevarla al
poblado, jamás volvería a su lado. Y así fue como Bitia quedó encerrada en sus
dominios durante años. Era su cuidadora
y mano derecha. Bitia se conformó con aquella vida pero jamás olvidó la
idea de volver a ver a sus padres.
Pasaron más años y la enana, que viviendo bajo el agua había obtenido el don de la eterna juventud, volvió a formular su deseo al dragón de las aguas
silenciosas. Volvió a negarle su petición. Y Bitia enfermó de una extraña
enfermedad que algunos llaman melancolía
y otros tristeza. Le llevaba los más hermosos collares de corales, le
ofrecía los peces más apetitosos y las algas más tiernas pero su enamorada no
quería vivir. Su sonrisa se había marchitado y sus ojos estaban siempre
llorosos. “Mi querida niña, ¿qué puedo hacer por ti? Te he brindado lo mejor
que hay en este lago pero tú sigues sin querer escucharme.” Y Bitia prefería no
contestarle. El dragón barruntaba el
motivo de la enfermedad de su hermosa enana. Y fueron las silenciosas aguas del
lago quienes les dieron respuesta a su pregunta. Su egoísmo había provocado la
tristeza y enfermedad de Bitia. Le había pedido volver a ver a sus padres y él
se había negado hasta en dos ocasiones. Y ahora Bitia estaba enferma. Se acercó
al lecho de piedras donde dormía y le prometió llevarla hasta sus padres si
volvía a sonreír. Y Bitia volvió a sonreír. Sus ojos volvieron a brillar y
empezó a recuperarse de de su repentina melancolía. Cuando estuvo completamente
sana, el dragón cumplió su promesa y la llevó al poblado donde envejecían los
dos ancianos.
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