La
reina provocadora
I
Hubo una vez una reina a quien le encantaba
leer historias de amor. Esta reina era una reina muy particular. Trabajaba día
y noche escribiendo historias que después publicaba bajo muchos pseudónimos.
Era una reina republicana. Jamás tuvo una palabra de aliento para sus hijos y
su marido. Sólo vivía para hacer triunfar sus propias ideas entre el pueblo. A
esta reina le encantaba comer en tatamis japoneses y escuchar música rock. Era
una reina moderna. Tenía un gato blanco al que vestía con diademas reales y
diamantes de terciopelo. No le gustaba viajar y , cuando quería salir de palacio, se disfrazaba
de guardia urbano y se pasaba horas
caminando por la capital del reino.
Un buen día esta reina decidió que no quería ser reina. Entonces
preparó sus maletas y una noche de octubre salió del palacio vestida de invitada , cuando
todos estaban celebrando las dos décadas de su entronización.
Esta reina marchó muy lejos y se casó con un
barquero muy pobre que se dedicaba a
vender pulserillas de coral y caballitos de mar que cogía con las redes de su
barco. Ella cambió completamente de vida
y se puso a trabajar como masajista. Vivían en una casita muy pobre que se
llenaba de goteras cuando caía la lluvia. Pero era una reina feliz. Pasaron los años y un turista inglés que
viajó a una isla del Pacífico la reconoció. Le preguntó si era ella la mujer que
había llenado de ilusiones a un país que
había caído bajo las garras de una dictadura monárquica .-
La reina los abandonó y ahora sufren la tiranía del rey y sus hijos.- se
lamentaba el inglés. Ella le dijo que no era la reina que muchos buscaban pero
, temiendo que el turista fuera capaz de comentar sus sospechas a las
autoridades , acabó confesando su verdadera identidad. Mientras la escuchaba el joven se quedó maravillado de la elocuencia
y la sencillez de aquella mujer . Le pidió que se fugara con él y le prometió
que viviría todo el día pendiente de ella. La reina le dijo que su vida estaba
allí, con su barquero y su chabola. No tenía intención de cambiar de vida y le
pidió que no contara nada a nadie. Ian Serrmijj , que así se llamaba el turista
, le confesó que todo su pueblo la echaba de menos.
Caía una lluvia pacífica , de otoño. Los ojos
de la oscuridad acababan por doblar las esquinas y las nubes del norte
amenazaban tormenta. La reina alojó en su humilde vivienda al viajero y le dio
un bote de pimienta verde.
- Si
tienes acceso a las cocinas reales , echa esto cada día en las comidas del rey y mis hijos.- La reina esbozó una sonrisa de
picardía.
-
Pero
señora , yo no conozco a nadie que esté metido en palacio.
- Tú
sólo tienes que preguntar por el Sr Ismael en la sastrería real de la Calle Mayor. Creo que está a la
altura de una casita de putas. Ji , ji.- Serrmij cada vez entendía menos.
Se despidieron al día siguiente y la reina , como regalo
especial , le dio un beso en la mejilla. Serrmij
llegó al reino procedente de un vuelo barato
que tuvo algunos problemas para aterrizar. Llegó a las seis de la madrugada y a las nueve ya estaba en la
puerta de la sastrería. Fue el primer cliente. Una chica de apenas veinte años
le preguntó qué deseaba.
-
Necesito
hablar con el Sr Ismael. ¿ Se encuentra en estos momentos?
-
Es
mi padre , ¿ Para qué quiere hablar con
él?
-
Dígale
que la reina necesita hablar con él.
La chica era de una belleza impresionante. Su
pelo era negro como el azabache y tenía los rasgos de la cara muy acentuados.
Labios gruesos , ojos grandes y nariz puntiaguda. Se fue a la trastienda y avisó a su padre , que
apareció al instante.
-
¿
Qué puede querer la reina de mí? , ¿ Sabe usted dónde está la reina?
Serrmij le explicó al detalle su encuentro
con la soberana y le dio el bote de pimienta que ésta le había entregado. El
sastre entendió al momento las intenciones de la soberana. Uno de los hijos de
Ismael trabajaba como chef en las cocinas reales y supervisaba los platos que cada día se
servían al rey y a los príncipes. Era una buena oportunidad para darles una
lección y hacerles pasar una tremenda vergüenza ante sus súbditos.
El sastre llamó a su hijo y le pidió que
durante una semana pusiera en las salsas , sin que se notara demasiado , un poco de
pimienta en las comidas del rey y los príncipes. Y así ocurrió lo que la reina
pretendía desde su chabola de madera. Durante los dos primeros días el rey y los principitos no notaron nada
extraño, pero , cuando hubo pasado una semana , los tres estaban para morirse.
No podían parar de estornudar y sentían fuertes picores por todo el cuerpo. Los
fotógrafos no daban crédito a lo que veían y no paraban de fotografiar al rey y
a los príncipes .Durante una rueda de prensa fueron tan grandes los picores que
se desvistieron de sus majestuosos ropajes hasta quedar en paños menores. Al
día siguiente las portadas con las fotos
del ridículo clan real acapararon el tema de interés en revistas , diarios y
círculos sociales .La familia real era objeto de chistes obscenos y críticas mordaces. Y así fue como el rey y
sus hijos recibieron una bofetada en la narices por haber creído que eran
superiores.
Pero éste no fue el final de la monarquía.