Algunos incultos de la periferia.
No me gustaría ser conocida como una
persona clasista y estirada. Dios me libre. No me gustaría ser recordada como
una persona egocéntrica y arrogante. Dios me libre. Pero así seré recordada
después de que ustedes lean estas cuantas frases que conforman mi artículo o
pensamiento escrito en plena tarde de invierno, con el frío metido entre los
huesos y el pensamiento hambriento de
nuevas ideas. Vivo en la periferia y, por diálogos entablados con vecinos y por
la poca asistencia de personas que tienen los actos culturales de mi barrio,
puedo afirmar que el grueso de su población tiene escaso interés por la
cultura.
Algunos jóvenes y lobos solitarios tienen cierto interés por los temas
culturales pero, en general, la cultura brilla por su ausencia. Hace días que
preparo la presentación de mi primer libro y, para la difusión del evento, pedí
a mis familiares que comentaran a conocidos del barrio mi presentación y las
fechas en que se celebraría. A los pocos días mi madre estaba desmoralizada,
pues , cuando comentaba que su hija había publicado un libro, lo único que les
preocupaba de asistir a la presentación es la obligatoriedad de comprar el
libro en cuestión , como si estuviéramos hablando de una de esas reuniones organizadas por las
enciclopedias Larousse o Espasa de los años ochenta y noventa en las que el
comercial comenzaba a pronunciar un discurso persuasivo de una hora de duración
con vídeo incluido y en el que , tras el rollo patatero , era tal la confusión
del pobre cliente que decidía firmar la compra a plazos de la enciclopedia ,
que solía incluir algún regalo gancho como una radio o un jamón de pata negra.
No, señores. Mi presentación es una simple invitación a conocer mi obra, mis
ideas artísticas y mi concepción de la escritura. Mi presentación es una
oportunidad para hablar y reflexionar sobre libros y literatura. Preocupada
como estaba de no reunir a las personas suficientes en un evento de tal trascendencia
personal y profesional, no me percaté de que el problema radicaba no en el
número de personas que pudieran llenar
en el espacio sino en el interés que tengan por mi libro. Ya no me interesa
llenar espacios, lo que me interesa es que esos espacios se llenen con las
personas adecuadas. No hace falta que sean grandes lectores (aunque el bagaje
cultural en los asistentes siempre se agradece), sino que esos asistentes
tengan como única finalidad querer conocer mi libro, independientemente de que
quieran comprarlo o no. Es importante que las personas que acudan sepan escuchar.
Es la incultura de la periferia, la de esas amas de casa que sólo les
interesa ver programas basura, la de
esos hombres que prefieren pasar de largo ante un acto cultural porque les
interesa más tomar dos cañas en un bar de mala muerte. Y después de escribir
estos pensamientos sé que me lloverán críticas y quizás algún lector me llame
facha, clasista y burguesa. No, señores. Yo soy integrante de esa periferia y
conozco muy bien a sus habitantes. Gente con inquietudes artísticas en mi
vecindad existe, pero no nos confundamos. Se puede ser un gran aficionado a la
pintura, al arte o a la fotografía y no ser culto. El bagaje cultural se
adquiere con los años, el interés por aprender y conocer y sobre todo, leyendo.
La lectura es el mayor vehículo de transmisión de esa infección tan sana,
adictiva y frenética como es la cultura, aquello que nos identifica como pueblo
y se convierte en herencia para nuestros hijos.
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