Vivir con miedo.
Si existe algo que define nuestra sociedad actual es el miedo y la
inseguridad. Hemos pasado de preocuparnos por la supervivencia o el acceso a la educación
como un modo de salir de la pobreza, preocupaciones más propias del siglo
pasado, a una preocupación constante por nuestra seguridad. La causa es el miedo.
Vivimos con miedo. Tenemos el miedo metido en las entrañas, en nuestro
subconsciente. Los gobiernos, que antaño tenían otros cometidos, tienen ahora
la necesidad imperiosa de canalizar la inseguridad de la población. Y cuanto
más seguros creemos que estamos, más crece nuestro miedo al otro, al
inmigrante, al terrorista que va a suicidarse por sus creencias religiosas, al
simple loco que quiere acabar con su propia vida pero , de tan necio , mata a
los demás para acallar sus fantasmas.
Vivimos en el siglo de la incertidumbre constante. Hoy he salido a pasear y
he visto a dos personas en la parada del
autobús que me suscitaban desconfianza. No es que fueran mal vestidas, pero no
me gustaban sus caras y su manera de mirar. Eran dos jóvenes que iban mal
vestidos y con una cierta resaca por haber bebido más de la cuenta la noche
anterior. Mi primer instinto fue el del recelo y un cierto miedo. Era primera
hora de la mañana y nadie paseaba por las calles. Me sentía completamente
segura ante una situación cotidiana que, aparentemente , no revestía ninguna
gravedad. Todo lo había creado mi mente. Ante el mínimo síntoma de extrañeza o
situación fuera de lo común, había reaccionado creándose una historia mental
que nada tenía que ver con la realidad. Los jóvenes permanecieron quietos y
callados y se subieron en el autobús en que también me subí yo. No había
ocurrido absolutamente nada. La mayoría de situaciones en las que el miedo
juega un papel fundamental para la determinación de nuestra conducta no están
fundamentadas en la realidad. Cualquier estímulo ajeno a lo normal es
interpretado muchas veces como una señal de alerta. Hemos interiorizado el
miedo de tal modo que lo percibimos como algo normal, propio de las grandes
ciudades, donde nadie conoce a nadie y todos nos vemos obligados a convivir con
lo desconocido. Lo desconocido es motivo de recelo y también de ese miedo del que estoy hablando
en este artículo. Los gobiernos, conscientes de que la principal preocupación del
ciudadano es la seguridad, fijan sus
programas de gobierno en torno a la necesidad de proteger las fronteras ,
reforzar la policía y el ejército en puntos clave e intensificar la vigilancia en las calles.
Los políticos explotan el discurso del miedo ante la falta de auténticas
políticas sociales y propuestas novedosas. Si la mayor preocupación de la gente
es la inseguridad, hagámonos adalides de la sociedad vigilada y monitorizada
por cámaras y guardias. El ejemplo más característico de político que usa de
una manera directa y grosera el discurso del miedo es el actual presidente de
los Estados Unidos de América: Donald Trump. Su campaña para vencer en las
elecciones y su actual programa de gobierno está vacío de contenido y sólo sabe
explotar ese discurso del miedo para avivar los odios más enconados entre
ciudadanos blancos y otras etnias como hispanos, afroamericanos o musulmanes.
Para Trump la seguridad de sus fronteras y la persecución de todo aquel que no
cumple con los parámetros del burgués norteamericano de clase media son sus únicas prioridades. Con una retórica
simplista y llena de prejuicios, y unos ademanes groseros y prepotentes ha
conquistado al votante de clase
media. Su única estrategia ha sido saber
inyectar más miedo y odio entre los ciudadanos de su país.
La situación actual es motivo de alarma. Con el estado de emergencia continuo
en los países europeos por el terrorismo islamista y la “invasión” de
inmigrantes ilegales que llegan a Europa en busca de una vida mejor, el discurso se agrava. Europa también ha
caído en el miedo. Vivir con miedo se ha
convertido en una situación normalizada y asimilada por todos, sin preguntarnos
quizás si son razonables las medidas de seguridad que hemos adoptado y, aún más
importante, si son eficaces. Porque el refuerzo de la seguridad no nos ha
protegido más de lo desconocido. Nuestros hogares y calles están más vigiladas que
nunca y, sin embargo, siguen siendo asaltadas viviendas y nos siguen atracando
en plena calle. Parece que la obsesión por reforzar las medidas de seguridad acrecienta
aún más la inseguridad. Es una de las grandes paradojas de nuestro tiempo. Un
tema de discusión que da mucho para hablar y discutir…
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