Vacaciones estivales.
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Breve reflexión
de un cerebro achicharrado por el calor-
Las vacaciones estivales suponen la temporada del año en el que disponemos
del valioso tiempo para hacer lo que realmente deseemos. Las horas se alargan como
un chicle y no tenemos la obligación de cumplir un horario. Matamos el tiempo de la mejor manera que
podemos y nos ponemos a comer como nunca, a tendernos en el sofá, a mirar
películas, a escuchar música, a bañarnos tres veces al día para sacarnos ese
bochorno que nos mata… Son las vacaciones estivales y cada año las esperamos
como agua de mayo y las despedimos con la esperanza de que vuelvan a repetirse.
Adoro levantarme temprano por las
mañanas y pensar qué quiero hacer
hoy. ¿Me apetece ir a un concierto o prefiero pasear por la Barceloneta y
tomarme luego un helado? En estos días de bendición y descanso me siento dueña
de mi propia vida; no hay nada que me obligue a posponer mis pasiones: la
escritura, la literatura, la música y el arte. Las disciplinas artísticas
requieren de inspiración y, por encima de todo, paciencia. Como decía Picasso, la inspiración no nos llega si
no estamos trabajando en ello. Me dispongo a ponerme frente al ordenador
esperando a que me llegue la renombrada inspiración. Llevo cuatro palabras
escritas cuando empiezo a ser molestada por la familia. Al principio no me lo
tomo a mal, pero, después de más de seis veces siendo interrumpida y viendo
desaparecer ante mis ojos la inspiración, no hago más que enfadarme conmigo
misma. Convenzo civilizadamente a mi familia de que nos me interrumpan en un
espacio de dos horas. Cuando parece que he cogido el hilo de la trama y empiezo
a desarrollar mi historia, algo pasa en la calle. Una ambulancia acaba de pasar
y se oye la alarma de la policía, el gentío se agrupa en las calles. Ahora soy
yo quien interrumpo el trabajo para curiosear. Descubro que quieren desahuciar
a una familia que ha puesto resistencia.
Uno de sus miembros se ha empezado a encontrar mal y han tenido que llamar a la
policía. ¡Menuda se ha montado! Vuelvo sobre mis pasos y me encierro de nuevo
en la habitación para proseguir con mi historia. No llevo ni diez minutos de
paz cuando me llaman por teléfono.
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Buenos días,
somos una empresa de Barcelona que analiza el agua. Nos gustaría pasar por su
domicilio.
Antes de que me tengan en el teléfono diez minutos explicándome un rollo que no me interesa para nada, les
corto y me apresuro a buscar una excusa suficientemente creíble para que me dejen
tranquilos. No han pasado ni cinco minutos
y vuelven a llamar por teléfono. Esta vez es una empresa de marketing
que se dedica a hacer encuestas telefónicas. Vuelvo a emplear la misma
estrategia y me zafo de ellos rápidamente. A estas alturas de la mañana ya no
recuerdo qué narices hacía yo frente al ordenador. La inspiración se ha
marchado y estoy completamente desesperada. No he conseguido n escribir dos páginas en dos
horas. Soy un absoluto desastre. Decido dejar el trabajo y salir a que me dé el
aire. ¿Acaso las vacaciones no están para relajarse? Pues resulta que no sólo
he perdido dos horas de mis preciadas vacaciones atendiendo tonterías, sino
también he alcanzado unas cotas de ansiedad inusitadas. Se supone que las
vacaciones están para tomarte la vida con calma y no sentir el estrés de la
vida laboral. Desconecta, Estefanía.
Estoy en la calle y me encamino a un bar en el que hacen unos tacos
mejicanos buenísimos y bien de precio. Al carajo el trabajo y la disciplina, son mis vacaciones y las
disfruto haciendo el vago y disfrutando de buena comida y buena bebida. Y a
quien no le guste, que no lea estas líneas, que ya estoy empezando a hartarme
de tantos impedimentos. Llego a la taquería y está completamente llena. Tengo
que esperar si quiero comerme un par de tacos. Lo que me faltaba. Es que ni
pagando puedo hacer lo que me venga en gana. Las vacaciones estivales son una puñetera
mierda. Todo está atestado de gente y tienes que hacer cola para todo. Regreso
a casa y me encierro en mi habitación. Desconecto todos los teléfonos y me tomo
un diazepan para que me calme los
nervios. Lo último que hago antes de echarme a dormir es mirar un calendario y
contar los días que me quedan para volver a la rutina.
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