La sabiduría del rey Salomón.
Existió en tiempos bíblicos un rey
en la antigua Israel, el rey Salomón, que se caracterizó por su sabiduría y
justicia. Hijo del rey David y de Betsabé, Salomón demostró desde niño una
inteligencia muy superior al resto. Cuenta la leyenda que su padre, el rey
David, le enseñó el lenguaje de los
pájaros y lo instruyó para que pudiera
interpretar los signos de la naturaleza. El rey Salomón construyó un templo que
alcanzó fama en todo el mundo por su gran belleza y por guardar el arca de la alianza, un cofre
sagrado que contenía las tablas de la ley,
unas piedras talladas escritas por Dios para el pueblo judío. El rey
Salomón llegó al poder y consiguió
gobernar a su pueblo con rectitud y justicia durante cuarenta años. Cuenta
también la leyenda que, un buen día,se presentaron ante el rey dos mujeres , Amanda
y María. Amanda se acercó al rey y le explicó su problema.
-Alabado rey de Israel, esta
mujer y yo vivimos en la misma casa. Nos quedamos embarazadas al mismo tiempo.
Yo di a luz a un hijo y, tres días después, ella también dio a luz a un hijo. No
había nadie más en la casa cuando ambas dimos a luz. Una noche ella se acostó
sobre su niño mientras dormía y su bebé murió sofocado. Entonces ella vino a mi
cama y cambió su hijo muerto por el mío,
que estaba vivo. Cuando desperté e iba a
darle de comer a mi hijo, me di cuenta de que el niño estaba muerto pero me fijé en su rostro y me di cuenta de
que no era mi hijo. El niño muerto es de esta mujer.
María, enfurecida, replicó:
-
Esta mujer es una mentirosa que quiere quitarme
a mi hijo. Tu hijo es el muerto y el mío es el vivo.
Las dos mujeres se pusieron a
discutir delante del rey. Después de escucharlas, el rey Salomón dijo: “Tráiganme
una espada”. Cuando los sirvientes le trajeron una espada, dijo:
-
¡Partan al niño vivo en dos y den la mitad a cada mujer!
Amanda, que era la auténtica mamá
del niño vivo, suplicó al rey que no lo mataran.
-
¡No lo maten, por favor! Le pueden dar el niño a
María, ella es su verdadera madre.
María creía que lo mejor era cortar al niño.
-
Ni para una, ni para la otra. El rey tiene
razón. Hay que cortar al niño en dos.
El rey Salomón, ante la respuesta
de ambas mujeres, supo inmediatamente
quién de las dos era la auténtica madre del niño. Amanda estaba dispuesta a
renunciar a aquel niño con la condición de que el rey lo mantuviera con vida.
La decisión del rey Salomón en aquel caso se difundió rápidamente entre el
pueblo de Israel. Y todo el mundo supo que aquel rey estaba tocado por la divinidad,
pues sus juicios eran sabios y su inteligencia, ilimitada.
Geraldo no tardó en responder a
su madre cuando ésta terminó de leer la historia y cerró la Biblia.
-
El amor de una madre es completo y sin
condiciones. Es un amor libre de dudas y al arrecio de cualquier tormenta. Yo
tengo una madre como la de la historia. Soy afortunado por tenerla.
-
Yo también soy afortunada de tener un hijo que
pille todo al vuelo. La inteligencia es un don que Dios otorga a quienes saben
discernir el bien del mal. La sabiduría del rey Salomón le permitió reinar en Israel durante muchos
años. Es importante saber gobernar nuestras vidas con rectitud y justicia.
Ahora eres un niño, Geraldo, pero cuando
seas adulto deberás tomar decisiones muy importantes y difíciles. Intenta que
estas decisiones sean tomadas con sabiduría. Tú eres mi rey. Tú eres el rey de
tu propia vida. Tu universo tiene que dar cabida a todo aquello que te hace
rico espiritualmente.
Geraldo guardó aquella historia
salomónica en su corazón, como hacía siempre con las historias que su madre le
contaba. Aquella noche le costó conciliar el sueño.Ella siempre le confiaba sus
secretos y ahora él no podía confiarle los suyos. ¿De qué le servía vivir
tantas experiencias si luego no podía explicarle a nadie lo mucho que había vivido?
Existe tanto placer en lo vivido como en lo contado. Contar una historia es
volver a vivirla. Contar es compartir la vida. Si no podía compartir sus
vivencias con la persona que más quería, ¿qué sentido tenía disfrutar de la
vida? Aquella noche la luna y las estrellas brillaban con mayor fuerza que
nunca. A Geraldo le pareció ver dibujada una sonrisa en el rostro de la luna. ¿Qué
existirá más allá de la tierra? Quizás en algún planeta remoto existieran
enanos altos como él, niños con medidas diferentes, con manos y pies
pequeñitos. Una extraña quietud imperaba en la habitación. La luz de la luna y
la musicalidad de las estrellas entraron por la ventana e inundaron de polvo
mágico el aire del dormitorio. Observando las estrellas le entró frío. Se acostó
y se tapó con las mantas. Todavía quedaba un rescoldo del olor característico
de la gruta en su nariz. Sus papilas gustativas celebraban todavía la dulzura
de los frutos del bosque sagrado. El sueño
cernía sus alas sobre él cuando percibió un extraño movimiento en la
habitación. Creyó que sólo era resultado de su propia imaginación y volvió a
cerrar los ojos. Lo que fuera volvió a moverse.
Esta vez abrió de nuevo los ojos, asustado. Se sentó encima de la cama.
Paró especial atención a la zona donde procedían los ruidos. En el fondo de la habitación, donde dormían
los muñecos de tía Rosa, uno de ellos se movía levemente. Era el oso de peluche
de Luxemburgo. Despedía un haz de luz fantasmagórico. El muñeco empezó a caminar
hacia él. A Geraldo, que ya estaba acostumbrado a presenciar las cosas más
inimaginables, le pareció de lo más normal que un oso de peluche cobrara vida y
caminara por la habitación. De repente, el peluche se apagó y cayó al suelo. Bajó de la cama y lo agarró. El peluche comenzó a vibrar.
Parecía haber vida en su interior. Entonces se acordó de que había guardado la
pepita de color dorado dentro del muñeco. Abrió la cremallera y la buscó. La
depositó en su mano esperando a que hiciera algo, que se moviera o iluminara, pero la pepita permaneció silenciosa en su mano. La escondió
debajo del colchón, junto al cuaderno de notas, y volvió a tumbarse. Esta vez
sí, el sueño lo atrapó entre sus alas y lo cubrió de notables pesadillas.
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