Llegó ligera, como venida de un
país en el que se arropa a los niños con nanas de seda y noches de luna llena.
La dama del norte, tal y como la llamaban los mimñus, vino sin hacer ruido. Sin
patria y denigrada por todos, la dama del bosque milenario, la condenada a
vagar por los caminos sin ser nunca bien recibida por su anfitrión, llegó a la
cabaña del más dulce para llevárselo al país del silencio y de la música sin
acordes. Todos la esperábamos, porque su anuncio de visita se auguraba en cada
arruga, en cada gemido de dolor y en los pasos inciertos del anciano. Ni el
chocolate más dulce hubiera podido disuadir a aquella dama de sonrisa leve y
mirada recta. Era una muchacha joven, vestida con una simple túnica negra y una
corona de flores. Su llegada nos cubrió de lágrimas y de tristeza porque todos
sabíamos que aquello era el inicio de una despedida en la que todos perdíamos
parte de los recuerdos y la vida que habíamos compartido con el eterno
durmiente. Abrimos la puerta para recibirla. Con sus alas batientes y el crujir
de hojas secas, apareció entre nosotros para arrebatárnoslo. ¡Oh, Muerte cruel
y mezquina! Muerte a quien me dio los preciosos collares de cuentas de un
tiempo fugitivo, que, clavado en imágenes, portaré siempre como cruz de
penitencia. ¿Por qué me arrebataste al sabio
que me dio de comer, que me acogió, que me arropó y meció entre sus brazos como si abrazara a
su mayor tesoro? Jamás te perdonaré. Y maldeciré tu nombre hasta el fin de mis
días. Perseguiré tus pasos y proclamaré tu soberbia.
Su visita fue breve. Ylami quiso
ofrecerle una de sus tazas de chocolate caliente pero ella rechazó la
invitación. Acostumbrada a ser mal acogida por todos, no pudo evitar sentir
cierta sorpresa ante tanta cortesía. Con su túnica negra, se acercó al lecho
donde reposaba Jumi y lo cubrió de besos. Y tras instantes de incertidumbre,
desaparecieron los dos de aquellos techos infectados de enfermedad y dolor. Y
el no ser impregnó la estancia de un vacío profundo y ancho, como un agujero
que se alimenta de la realización de su propio ser. Y en aquel silencio estuve
durante largas horas que se convirtieron en días, llorando a quien fue y jamás
será. Juro vengarme de aquella dama, hada o criatura mala que nos ha quitado a
lo que más queríamos. Porque sólo la escritura podrá hacernos justicia y
devolvernos a quien nos dio felicidad. Porque escribiéndolo y pensándolo lo
vuelvo a traer a la vida y lo presento como cáliz de un nuevo mañana.Te odio, Muerte,
por tu falta de escrúpulos y tu
presencia invisible. Odio tus gestos, tu mirada certera y tus pasos de zorra.
Odio todo lo que te rodea,y , sin embargo , también yo te espero. En cada
respiración, en cada segundo que consumo maldiciéndote, te espero. Porque mi
odio no impide reconocer en ti a mi Señora, a quien debo someterme y presentar
mis respetos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario