domingo, 22 de enero de 2017

"La gruta del bibliotecario", fragmentos del enano alto.


Las ramas del castaño los envolvieron con firmeza. Bugay le tranquilizó y le pidió que estuviera tranquilo. La entrada al mundo subterráneo  se hacía por aquel viejo árbol. Como lianas trepadoras, totalmente flexibles, las ramas los levantaron del suelo y les dieron varias vueltas. Geraldo se sentía como en una montaña rusa, zarandeado por aquí y por allá. Cuando el árbol ya los tenía bien sujetos,el tronco se abrió por la mitad dejando al descubierto un orificio pequeño. El primero en caer fue Bugay y después lo siguió él. Las ramas que lo tenían cogido lo  situaron a una distancia prudencial del agujero,y, cuando Geraldo menos lo esperaba, lo soltaron.Se deslizó por  las raíces subterráneas durante minutos que se le antojaron horas.  Cayó en unas cajas de cartón vacías y llenas de polvo. Le entró un ataque de tos incontrolable. Aquella estancia desprendía una humedad rancia.Se trataba de una habitación oscura, iluminada por una pequeña lámpara eléctrica.No había ningún armario o estantería empotrado a la pared. Sólo pequeñas cajas de cartón  llenas de libros.  Bugay  estaba cazando a un ratón que se había escondido en una de ellas. La habitación  era pequeña y la respiración resultaba opresiva. Sólo una puerta pequeña ofrecía una salida.
-          ¿Dónde estamos?


-         Esta habitación es el almacén del bibliotecario. Aquí guarda los libros que le van trayendo. Una vez por semana recoge algunos y los incorpora al catálogo. Estamos en las pocilgas de la gruta. Voy a darte dos consejos antes de seguir adelante.- Geraldo asintió con la cabeza.- En la biblioteca no está permitido tocar ningún libro sin autorización previa. Cuando estés delante del bibliotecario, sé lo más discreto y prudente que puedas. Contesta a sus preguntas con concisión y muéstrate siempre respetuoso. Es un hombre acostumbrado a los libros y poco sociable. No le gusta que le molesten. Ha dedicado toda su vejez a la custodia de libros prohibidos y no es nada extraño que lo  veas hablar con ellos. Los mimñus dicen que se ha vuelto loco de tanto leer. Bien podría ser… Los libros han sido sus únicos compañeros durante los últimos años. Su procedencia es noble, por lo que no estaría nada mal que le hicieras una pequeña reverencia como saludo. Cuando hables con él, procura que tus palabras sean justas, sabias y llenas de corazón. El sabio anciano valora a quienes hablan con rectitud. Eso es todo por el momento.

Bugay abrió la puerta que daba al maravilloso escondite de los libros prohibidos. Geraldo jamás había visto un lugar tan sugerente para el intelecto. La gruta era una cavidad enorme  de planta rectangular. Iluminada por cientos de antorchas pequeñas enclavadas en las paredes que dibujaban extrañas formas en el techo de bóveda, aquella cueva albergaba miles de libros. Las estanterías eran muy altas y estaban dispuestas a modo de laberinto. Quien lograra encontrar la salida de aquel laberinto de estanterías  y libros amontonados que formaban torres de custodia y defensa  se hacía con el premio de entrar en el círculo oval, la zona esférica. Allí tenía su estudio el viejo bibliotecario. Una vez adentrada en la curiosidad insaciable del camino que los libros proponían, era  muy difícil salir de allí.  Bugay conocía el camino correcto. A medida que pasaban por medio de aquellas altas torres que contenían el saber del pecado y la perdición, sintió la tentación de coger alguno de aquellos viejos libros gastados por el paso del tiempo cuyos tomos revelaban con letras de oro títulos de viajes inusitados, alquimia,  filosofía atrevida e historias de ficción subversivas. Un laberinto de tomos que acumulaban polvo y olvido. Todos los libros que, por un motivo u otro, habían sido perseguidos, calumniados  o prohibidos por el régimen censor de la historia estaban allí custodiados. Todos dormían. A medida que avanzaban, el camino se estrechaba y resultaba cada  vez más difícil pasar por  estanterías de madera. Los libros dormían, callados en sus tumbas de placer. Escuchaban, cerrados, la música de Wagner, que surgía de algún lugar de aquella gruta convertida en tumba heroica de palabras peligrosas. Estaban llegando al final del laberinto. La música de Wagner se oía ahora más de cerca. El valor de las intrépidas valkirias rompía el muerto silencio de la cavidad maldita. Era el final de una aventura. La música dejó de oírse.

Un anciano ataviado con una capa negra estaba sentado frente a un escritorio lleno de libros. Su rostro reflejaba el paso de los años y cada una de sus arrugas era una página más de las muchas que había leído. Una enorme barba blanca dulcificaba su rostro. Estaba terminando de leer un libro cuando  vio interrumpida su actividad por la aparición de un gato altanero y un hombrecito a quien nunca había visto. Frunció el ceño. No tenía ganas de hablar con nadie. Tenía mucho trabajo por delante. Tenía cinco libros más por leer encima del escritorio y debía repasar el catálogo de los libros relacionados con la alquimia. Hacía días que buscaba “La gallina negra”,un grimorio de carácter anónimo escrito en el SXVIII y prohibido por la iglesia católica tras su publicación. El libro debía estar en la parte del laberinto relacionada con el esoterismo, en la colección de magia y hechicería, pero había revisado bien aquella zona  y ni rastro del manuscrito. Su deber era velar por la  custodia de cada uno de los miles de libros dormidos y ocultos por la historia. El sabio se estaba haciendo demasiado viejo y sus facultades no le permitían ser tan eficiente como antes. Bugay se acercó  y le hizo una pequeña reverencia.

-          Sabia Excelencia, me inclino ante usted y le ofrezco mis más sinceras disculpas por haber interrumpido su lectura. Hace ya algún tiempo estuve aquí  por primera vez y espero que pueda recordarme. Soy Bugay , el gato del maestro chocolatero Jumi y de la dulce Ylami.

-          Por supuesto que me acuerdo de ti. ¿Cómo quieres que te olvide? Aún recuerdo  lo mucho que conversamos. Fuiste capaz de encontrar la salida del laberinto de los libros prohibidos. Lo recuerdo muy bien porque es una prueba muy difícil de superar  para un gato. Muchos eruditos lo intentan y fracasan en el intento. Tú conseguiste encontrarme.  Yo no me olvido de los viejos amigos.


Bugay esbozó una sonrisa. Por aquellos tiempos era un gato  joven que no se amilanaba ante nada. Los enanos siempre hablaban del sabio bibliotecario que vivía en una gruta, de un laberinto de estantes de libros y de miles de secretos allí escondidos.

-          Sabia Excelencia, ¿recuerda lo que le prometí entonces?

-          Por supuesto que lo recuerdo. Me prometiste volver con alguien que fuera de tu máxima confianza. Sólo las mentes lúcidas pueden entender la sabiduría que yace en el mundo subterráneo. Sólo las personas limpias de corazón y valientes pueden apreciar los tesoros que aquí se custodian.


-          Pues he cumplido lo prometido,Sabia Excelencia. He vuelto con el mejor acompañante  que he podido encontrar en el Tahuantinsuyo. Le presento a Geraldo, el  enano alto.

Por momentos no supo qué hacer. El anciano se ajustó las lentes para observarlo mejor. Su curiosidad era tal que se levantó de su humilde sillón de madera para apreciar sus medidas. Geraldo imitó la reverencia que había visto hacer a Bugay y pronunció unas tímidas palabras.

-          Es un honor conocerle. Me llamo Geraldo y soy un hombrecito. Mis medidas son peculiares. Soy demasiado bajo en comparación con los niños de mi edad y  muy alto para ser enano. Algunos me llaman enano alto pero yo prefiero que me llamen por mi nombre.

-          Una presentación muy interesante.


El anciano se volvió a sentar en la silla. Cerró los libros abiertos que tenía esparcidos sobre la mesa de escritorio, ordenó los manuscritos que había copiado y guardó su pluma en uno de los cajones. Se volvió a ajustar las lentes y se acomodó en el sillón. Carraspeó antes de contestarle. – Ejem … Ejem… Si bien es verdad que tus medidas son peculiares, lo que más me ha llamado la atención  es tu timidez. Yo también fui un niño tímido, ¿sabes? Era la oveja negra de mi familia. Mis padres no entendían que siempre estuviera leyendo. No había nada en este mundo que me interesara más que la lectura. Es una auténtica adicción, ¿no crees? – Geraldo asintió.- Pues yo me pasaba auténticas horas de placer leyendo libros de todo tipo. Así fue como me hice sabio. Nací en Capadocia, la actual Turquía, en el año 275 D.C y mis padres fueron el general romano   Geroncio y  Policromía, una de las mujeres más buenas y piadosas del mundo. A mí me pusieron el nombre de Jorge, nombre de origen griego que significa “agricultor”. Mi madre me educó en  la fe cristiana e hizo de mí un auténtico creyente. A la edad de veinte años me enrolé en el ejército y me convertí en lo que siempre había soñado: Ser caballero.  Mis hazañas se extendieron por todo el orbe  y todas las naciones se hacían eco de ellas. – Geraldo no daba crédito a lo que estaba escuchando. La narración del anciano coincidía con la de San Jorge, mártir y  santo de la iglesia católica venerado en muchos países del viejo continente. ¿Acaso había escuchado bien y estaba ante el mismo caballero medieval  o sólo se trataba de una tomadura de pelo? Aquel anciano debía estar completamente chalado porque era imposible que alguien nacido en el 275 siguiera viviendo en el 2014. Es imposible que estuviera conversando con San Jorge.
-          ¿Es usted San Jorge, el caballero que mataba dragones y salvaba princesas?

-          El mismo que tienes aquí delante. Pero te agradecería que dejaras lo de Santo. Me puedes llamar Jorge, a secas. Hace años que dejé de creer en lo de la santidad y todas esas patrañas. Yo sólo creo en la ciencia y en la capacidad del ser humano de superarse a sí mismo a través del conocimiento. Dios no existe. Es una invención del hombre. La invención  más necesaria para poder seguir confiando en la vida. Pero no existe nada más allá de la muerte. Sólo los números, la ciencia y la lógica pueden dar una explicación al universo. Por ese motivo dejé las armas y me convertí en bibliotecario. He conocido a personas, he visto paisajes y he vivido experiencias que  ni puedes llegar a imaginar por ti mismo, muchachito. Pero todo aquello ya pasó, víctima del tiempo traidor, que todo lo pudre.  Llegó un momento en que llegué a sentirme tan cansado por la fama que decidí cambiar de vida. Como siempre me han apasionado los libros, me convertí en el bibliotecario más famoso de todos los tiempos. Fui presidente de la Nueva Biblioteca de Alejandría durante más de veinte años y ahora custodio el único lugar de la tierra que contiene el índice de los libros prohibidos. Mi trabajo no es fácil. La gruta contiene enseñanzas que pueden derrumbar el mundo tal y como ahora lo conocemos.


-          ¿Por qué estos libros no pueden leerse? Yo creía que el Tahuantinsuyo era la isla más libre y justa del planeta.

-          Los libros de esta gruta son peligrosos, muchachito. Son libros que van más allá de lo correctamente establecido. La isla es un ejemplo de paz y harmonía, no puede permitirse el grave error de dejar estos libros al alcance de cualquiera.


-          ¿Son libros peligrosos?


-          No lo son a priori  pero pueden llegar a serlo si son mal interpretados. Mi trabajo es precisamente interpretarlos, ordenarlos y custodiarlos.


-          Sabia Excelencia, ¿prefiere leer libros a matar dragones?


-          Lo de la leyenda del dragón y la princesa es otra patraña más. Mi fama de caballero audaz se extendió por esa leyenda infundada. Jamás me enfrenté a ningún dragón  porque esos seres no existen y a la única princesa que salvé fue a la hija de un campesino de Valladolid. Estaba a punto de ser violada por unos bandidos y la rescaté de aquella situación. De ahí surgió la  imaginativa variante del dragón y la princesa. Pura imaginación.


-          Sabia Excelencia, para mí sería una fuente de inagotable placer ser su aprendiz. Yo amo los libros y no encuentro otro lugar en el mundo más bello que esta biblioteca. ¿Le gustaría enseñarme?


-          Eres demasiado joven todavía para convertirte en mi aprendiz.- Los ojos de su Sabia Excelencia se iluminaron de alegría y centellearon como chispitas de luz.- Antes de convertirte en digno guardián de la gruta debes vivir tu infancia  y salir al mundo. Cuando sea el momento adecuado, sabrás si quieres encerrarte aquí y renunciar a todo. Ahora, vive. Saborea cada minuto de tu vida. Guarda en tu memoria los mejores momentos. Cada uno de estos momentos constituirán las páginas del mejor libro que puedes escribir. El libro de tu vida.


-          ¿Y cómo se escribe ese libro?


-          No puedo darte consejos sobre cómo escribirlo. Tú eres el protagonista, el  narrador y el autor. No puedes planear la trama ni modificar las circunstancias. Lo único que puedes hacer por ese libro es darle tu estilo. Escríbelo con intensidad y emoción. Escríbelo y vívelo al mismo tiempo. La vida es escritura. Dios eres tú. Enlaza y desenreda. Agóbiate y camina. Llora en el tercer capítulo y ríete en el penúltimo. No te tomes demasiado en serio la historia. Búrlate de ti mismo si quieres salir airoso de situaciones difíciles y, sobre todo, ama. Lo único que salva a los personajes en cualquier historia es el amor. Ama, muchachito. El amor da sentido a todo.


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