Las ramas del castaño los envolvieron
con firmeza. Bugay le tranquilizó y le pidió que estuviera tranquilo. La
entrada al mundo subterráneo se hacía
por aquel viejo árbol. Como lianas trepadoras, totalmente flexibles, las ramas
los levantaron del suelo y les dieron varias vueltas. Geraldo se sentía como en
una montaña rusa, zarandeado por aquí y por allá. Cuando el árbol ya los tenía
bien sujetos,el tronco se abrió por la mitad dejando al descubierto un orificio
pequeño. El primero en caer fue Bugay y después lo siguió él. Las ramas que lo
tenían cogido lo situaron a una distancia
prudencial del agujero,y, cuando Geraldo menos lo esperaba, lo soltaron.Se
deslizó por las raíces subterráneas
durante minutos que se le antojaron horas.
Cayó en unas cajas de cartón vacías y llenas de polvo. Le entró un
ataque de tos incontrolable. Aquella estancia desprendía una humedad rancia.Se
trataba de una habitación oscura, iluminada por una pequeña lámpara eléctrica.No
había ningún armario o estantería empotrado a la pared. Sólo pequeñas cajas de
cartón llenas de libros. Bugay
estaba cazando a un ratón que se había escondido en una de ellas. La
habitación era pequeña y la respiración
resultaba opresiva. Sólo una puerta pequeña ofrecía una salida.
-
¿Dónde estamos?
- Esta habitación es el almacén del bibliotecario.
Aquí guarda los libros que le van trayendo. Una vez por semana recoge algunos y
los incorpora al catálogo. Estamos en las pocilgas de la gruta. Voy a darte dos
consejos antes de seguir adelante.- Geraldo asintió con la cabeza.- En la
biblioteca no está permitido tocar ningún libro sin autorización previa. Cuando
estés delante del bibliotecario, sé lo más discreto y prudente que puedas.
Contesta a sus preguntas con concisión y muéstrate siempre respetuoso. Es un
hombre acostumbrado a los libros y poco sociable. No le gusta que le molesten.
Ha dedicado toda su vejez a la custodia de libros prohibidos y no es nada
extraño que lo veas hablar con ellos.
Los mimñus dicen que se ha vuelto loco de tanto leer. Bien podría ser… Los
libros han sido sus únicos compañeros durante los últimos años. Su procedencia
es noble, por lo que no estaría nada mal que le hicieras una pequeña reverencia
como saludo. Cuando hables con él, procura que tus palabras sean justas, sabias
y llenas de corazón. El sabio anciano valora a quienes hablan con rectitud. Eso
es todo por el momento.
Bugay abrió la puerta que daba al
maravilloso escondite de los libros prohibidos. Geraldo jamás había visto un
lugar tan sugerente para el intelecto. La gruta era una cavidad enorme de planta rectangular. Iluminada por cientos
de antorchas pequeñas enclavadas en las paredes que dibujaban extrañas formas
en el techo de bóveda, aquella cueva albergaba miles de libros. Las estanterías
eran muy altas y estaban dispuestas a modo de laberinto. Quien lograra
encontrar la salida de aquel laberinto de estanterías y libros amontonados que formaban torres de
custodia y defensa se hacía con el premio
de entrar en el círculo oval, la zona esférica. Allí tenía su estudio el viejo
bibliotecario. Una vez adentrada en la curiosidad insaciable del camino que los
libros proponían, era muy difícil salir
de allí. Bugay conocía el camino
correcto. A medida que pasaban por medio de aquellas altas torres que contenían
el saber del pecado y la perdición, sintió la tentación de coger alguno de
aquellos viejos libros gastados por el paso del tiempo cuyos tomos revelaban
con letras de oro títulos de viajes inusitados, alquimia, filosofía atrevida e historias de ficción
subversivas. Un laberinto de tomos que acumulaban polvo y olvido. Todos los
libros que, por un motivo u otro, habían sido perseguidos, calumniados o prohibidos por el régimen censor de la
historia estaban allí custodiados. Todos dormían. A medida que avanzaban, el
camino se estrechaba y resultaba cada
vez más difícil pasar por
estanterías de madera. Los libros dormían, callados en sus tumbas de
placer. Escuchaban, cerrados, la música de Wagner, que surgía de algún lugar de
aquella gruta convertida en tumba heroica de palabras peligrosas. Estaban llegando
al final del laberinto. La música de Wagner se oía ahora más de cerca. El valor
de las intrépidas valkirias rompía el muerto silencio de la cavidad maldita. Era
el final de una aventura. La música dejó de oírse.
Un anciano ataviado con una capa
negra estaba sentado frente a un escritorio lleno de libros. Su rostro
reflejaba el paso de los años y cada una de sus arrugas era una página más de las
muchas que había leído. Una enorme barba blanca dulcificaba su rostro. Estaba
terminando de leer un libro cuando vio
interrumpida su actividad por la aparición de un gato altanero y un hombrecito
a quien nunca había visto. Frunció el ceño. No tenía ganas de hablar con nadie.
Tenía mucho trabajo por delante. Tenía cinco libros más por leer encima del
escritorio y debía repasar el catálogo de los libros relacionados con la
alquimia. Hacía días que buscaba “La
gallina negra”,un grimorio de carácter anónimo escrito en el SXVIII y
prohibido por la iglesia católica tras su publicación. El libro debía estar en
la parte del laberinto relacionada con el esoterismo, en la colección de magia
y hechicería, pero había revisado bien aquella zona y ni rastro del manuscrito. Su deber era velar
por la custodia de cada uno de los miles
de libros dormidos y ocultos por la historia. El sabio se estaba haciendo
demasiado viejo y sus facultades no le permitían ser tan eficiente como antes.
Bugay se acercó y le hizo una pequeña
reverencia.
-
Sabia Excelencia, me inclino ante usted y le
ofrezco mis más sinceras disculpas por haber interrumpido su lectura. Hace ya
algún tiempo estuve aquí por primera vez
y espero que pueda recordarme. Soy Bugay , el gato del maestro chocolatero Jumi
y de la dulce Ylami.
-
Por supuesto que me acuerdo de ti. ¿Cómo quieres
que te olvide? Aún recuerdo lo mucho que
conversamos. Fuiste capaz de encontrar la salida del laberinto de los libros
prohibidos. Lo recuerdo muy bien porque es una prueba muy difícil de
superar para un gato. Muchos eruditos lo
intentan y fracasan en el intento. Tú conseguiste encontrarme. Yo no me olvido de los viejos amigos.
Bugay esbozó una sonrisa. Por
aquellos tiempos era un gato joven que
no se amilanaba ante nada. Los enanos siempre hablaban del sabio bibliotecario
que vivía en una gruta, de un laberinto de estantes de libros y de miles de
secretos allí escondidos.
-
Sabia Excelencia, ¿recuerda lo que le prometí
entonces?
-
Por supuesto que lo recuerdo. Me prometiste
volver con alguien que fuera de tu máxima confianza. Sólo las mentes lúcidas
pueden entender la sabiduría que yace en el mundo subterráneo. Sólo las
personas limpias de corazón y valientes pueden apreciar los tesoros que aquí se
custodian.
-
Pues he cumplido lo prometido,Sabia Excelencia.
He vuelto con el mejor acompañante que
he podido encontrar en el Tahuantinsuyo. Le presento a Geraldo, el enano alto.
Por momentos no supo qué hacer.
El anciano se ajustó las lentes para observarlo mejor. Su curiosidad era tal
que se levantó de su humilde sillón de madera para apreciar sus medidas.
Geraldo imitó la reverencia que había visto hacer a Bugay y pronunció unas
tímidas palabras.
-
Es un honor conocerle. Me llamo Geraldo y soy un
hombrecito. Mis medidas son peculiares. Soy demasiado bajo en comparación con
los niños de mi edad y muy alto para ser
enano. Algunos me llaman enano alto pero yo prefiero que me llamen por mi
nombre.
-
Una presentación muy interesante.
El anciano se volvió a sentar en
la silla. Cerró los libros abiertos que tenía esparcidos sobre la mesa de
escritorio, ordenó los manuscritos que había copiado y guardó su pluma en uno
de los cajones. Se volvió a ajustar las lentes y se acomodó en el sillón.
Carraspeó antes de contestarle. – Ejem … Ejem… Si bien es verdad que tus
medidas son peculiares, lo que más me ha llamado la atención es tu timidez. Yo también fui un niño tímido,
¿sabes? Era la oveja negra de mi familia. Mis padres no entendían que siempre
estuviera leyendo. No había nada en este mundo que me interesara más que la lectura.
Es una auténtica adicción, ¿no crees? – Geraldo asintió.- Pues yo me pasaba
auténticas horas de placer leyendo libros de todo tipo. Así fue como me hice sabio.
Nací en Capadocia, la actual Turquía, en el año 275 D.C y mis padres fueron el
general romano Geroncio y
Policromía, una de las mujeres más buenas y piadosas del mundo. A mí me
pusieron el nombre de Jorge, nombre de origen griego que significa
“agricultor”. Mi madre me educó en la fe
cristiana e hizo de mí un auténtico creyente. A la edad de veinte años me
enrolé en el ejército y me convertí en lo que siempre había soñado: Ser
caballero. Mis hazañas se extendieron
por todo el orbe y todas las naciones se
hacían eco de ellas. – Geraldo no daba crédito a lo que estaba escuchando. La
narración del anciano coincidía con la de San Jorge, mártir y santo de la iglesia católica venerado en
muchos países del viejo continente. ¿Acaso había escuchado bien y estaba ante
el mismo caballero medieval o sólo se
trataba de una tomadura de pelo? Aquel anciano debía estar completamente
chalado porque era imposible que alguien nacido en el 275 siguiera viviendo en el
2014. Es imposible que estuviera conversando con San Jorge.
-
¿Es usted San Jorge, el caballero que mataba
dragones y salvaba princesas?
-
El mismo que tienes aquí delante. Pero te
agradecería que dejaras lo de Santo. Me puedes llamar Jorge, a secas. Hace años
que dejé de creer en lo de la santidad y todas esas patrañas. Yo sólo creo en
la ciencia y en la capacidad del ser humano de superarse a sí mismo a través
del conocimiento. Dios no existe. Es una invención del hombre. La
invención más necesaria para poder
seguir confiando en la vida. Pero no existe nada más allá de la muerte. Sólo
los números, la ciencia y la lógica pueden dar una explicación al universo. Por
ese motivo dejé las armas y me convertí en bibliotecario. He conocido a
personas, he visto paisajes y he vivido experiencias que ni puedes llegar a imaginar por ti mismo,
muchachito. Pero todo aquello ya pasó, víctima del tiempo traidor, que todo lo
pudre. Llegó un momento en que llegué a
sentirme tan cansado por la fama que decidí cambiar de vida. Como siempre me
han apasionado los libros, me convertí en el bibliotecario más famoso de todos
los tiempos. Fui presidente de la Nueva Biblioteca de Alejandría durante más de
veinte años y ahora custodio el único lugar de la tierra que contiene el índice
de los libros prohibidos. Mi trabajo no es fácil. La gruta contiene enseñanzas
que pueden derrumbar el mundo tal y como ahora lo conocemos.
-
¿Por qué estos libros no pueden leerse? Yo creía
que el Tahuantinsuyo era la isla más libre y justa del planeta.
-
Los libros de esta gruta son peligrosos,
muchachito. Son libros que van más allá de lo correctamente establecido. La
isla es un ejemplo de paz y harmonía, no puede permitirse el grave error de
dejar estos libros al alcance de cualquiera.
-
¿Son libros peligrosos?
-
No lo son a priori pero pueden llegar a serlo si son mal
interpretados. Mi trabajo es precisamente interpretarlos, ordenarlos y
custodiarlos.
-
Sabia Excelencia, ¿prefiere leer libros a matar
dragones?
-
Lo de la leyenda del dragón y la princesa es
otra patraña más. Mi fama de caballero audaz se extendió por esa leyenda
infundada. Jamás me enfrenté a ningún dragón
porque esos seres no existen y a la única princesa que salvé fue a la
hija de un campesino de Valladolid. Estaba a punto de ser violada por unos
bandidos y la rescaté de aquella situación. De ahí surgió la imaginativa variante del dragón y la
princesa. Pura imaginación.
-
Sabia Excelencia, para mí sería una fuente de
inagotable placer ser su aprendiz. Yo amo los libros y no encuentro otro lugar
en el mundo más bello que esta biblioteca. ¿Le gustaría enseñarme?
-
Eres demasiado joven todavía para convertirte en
mi aprendiz.- Los ojos de su Sabia Excelencia se iluminaron de alegría y
centellearon como chispitas de luz.- Antes de convertirte en digno guardián de
la gruta debes vivir tu infancia y salir
al mundo. Cuando sea el momento adecuado, sabrás si quieres encerrarte aquí y
renunciar a todo. Ahora, vive. Saborea cada minuto de tu vida. Guarda en tu
memoria los mejores momentos. Cada uno de estos momentos constituirán las páginas
del mejor libro que puedes escribir. El libro de tu vida.
-
¿Y cómo se escribe ese libro?
-
No puedo darte consejos sobre cómo escribirlo.
Tú eres el protagonista, el narrador y
el autor. No puedes planear la trama ni modificar las circunstancias. Lo único
que puedes hacer por ese libro es darle tu estilo. Escríbelo con intensidad y
emoción. Escríbelo y vívelo al mismo tiempo. La vida es escritura. Dios eres
tú. Enlaza y desenreda. Agóbiate y camina. Llora en el tercer capítulo y ríete
en el penúltimo. No te tomes demasiado en serio la historia. Búrlate de ti
mismo si quieres salir airoso de situaciones difíciles y, sobre todo, ama. Lo
único que salva a los personajes en cualquier historia es el amor. Ama,
muchachito. El amor da sentido a todo.
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