jueves, 6 de septiembre de 2018

El desencanto.


El desencanto


Acostumbro a idealizarlo todo. Idealizo la vida, las personas que me importan, mi vivienda y todo lo que me rodea y me hace feliz. Y cuando llega la cruda realidad, el desencanto es evidente. Nadie  ni nada es perfecto y es necesario vivir con las imperfecciones. El desencanto es el peor de los sentimientos porque nos devuelve a la inmensidad del vacío.





Y uno siente ganas de llorar, de huir, de alejarse de todos. El desencanto es lo más parecido al desamor. Es triste recordar que el encanto, el amor o el hechizo del que está compuesto este sentimiento tan raro que nos lleva a compenetrarnos con otros sea una mentira. Me cuesta reconocer que tenía razón. El amor romántico no existe. El amor de los libros es una pura patraña. El amor es ingratitud, enajenación y riesgo. Y aunque suene mal decirlo y afirmarlo, el amor es un sueño, una quimera, una ilusión. Necesitamos creer en esa quimera para vivir, pero no existe nada como tal. Y si me examino de verdad, sin armaduras ni excusas que esgrimir de ningún tipo, sólo se puede amar aquello que es real, que tiene arraigo, que no hay nada que pueda destruirlo porque es profundo. Y si me paro a pensar en qué amo de verdad, sólo me surgen dos cosas a la cabeza: Mi familia más cercana y la literatura. Sacrificaría mi vida por las dos hasta el final de mis días. Pero ruego a Dios, a quien no amo a pesar de lo que diga mi religión pero sí busco, que inspire mis días, que los llene de positividad y alegría. Que me haga escribir cada día, que nunca me deje sin inventiva y que me ofrezca tranquilidad para imaginar, para hacer literatura que no es, al fin y al cabo, que el sentimiento reinterpretado, reinventado y pasado por el tamiz de la belleza y la perfección. Hay quienes dirán que los escritores somos los magos de la mentira porque escondemos nuestros yos bajo la ficción de una historia. Yo digo que los escritores somos los seres más idealistas, enfermizos y tímidos del mundo. Existen tan pocas personas puras. Las personas con el alma clara son transparentes y  bellas. Las personas puras no juegan con los sentimientos ajenos  y viven tal y como sienten. Las personas impuras y odiosas sólo mueven actuadas por el resentimiento  y el odio. Como escritora que busca la pureza y el bien me produce desazón y hasta un poco de asco tratar con personas indeseables y desagradecidas que sólo buscan excusas para no hacer nada en la vida y lamentarse de un destino que ellos mismos se han querido buscar. Seguiré buscando el bien, la pureza y el alma limpia en los demás, escribiendo sobre lo bueno que hay en ellos y sus ansias de conquista.

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