Ha sido la gran mentira de nuestro tiempo. Muchos la creímos y probamos
suerte. Algunos se quedaron en ella y otros despertamos. Yo fui una de quienes
creí, probé y desperté. Creo recordar que hace unos años lo nuestro era lo más
conocido y la tierra peninsular era la madre que cuidaba y alimentaba a sus
hijos. Aunque también recuerdo que, a lo largo de nuestra historia como pueblo,
no fueron pocas las generaciones de hijos pródigos que se vieron forzados por
motivos económicos o políticos a coger la mochila y decir adiós a la madre
patria.
La generación de ahora vive una situación muy similar. Marchamos porque
necesitamos buscar un futuro que se nos es negado. El problema surge cuando el
lugar de destino no es el paraíso que anhelábamos. Los medios de comunicación
de nuestro país han hecho mucho daño a
la juventud. Programas que publicitaban las múltiples ventajas de salir
del país en busca de un trabajo acorde con nuestros intereses o vivir una nueva
experiencia son causantes de la gran decepción.Programas que mostraban la cara
más amable de los expatriados. Historias maquilladas y escogidas para
alentarnos a huir de España. Todo ha resultado ser una gran manipulación y una
gran mentira. No todos los españoles tienen
casas enormes, trabajos inmejorables y familias de cuento de hadas. La
realidad de nuestros jóvenes es muy distinta a la que nos quieren vender.Es una
realidad marcada por la precariedad, la distancia emocional y la separación
familiar como única alternativa a la creciente pobreza que acucia en los
hogares de España. Porque al español le cuesta reconocer que su vida ha
cambiado y que sus hijos, desesperados por la falta de futuro, se acogen a
programas de trabajo en el extranjero que le proporcionan cierto alivio a las
economías familiares. “Ojos que no ven, corazón que no siente” dice el famoso
dicho popular. Y qué verdad que es. Al hijo que marcha se le sufre en secreto,
mientras que en público se exhiben las historias maravillosas, maquilladas y
adornadas para que el vecino se quede
con los ojos abiertos y la envidia asome por detrás de sus lindas orejas. La
envidia es el gran defecto nacional, pero este tema será tratado en otro
artículo. Ahora quiero centrarme en lo que quiero realmente expresar: Mi
disconformidad con la política migratoria
que ha aplicado el gobierno español para solventar la falta de empleo
cualificado en nuestro país. Una política que desprecia a la generación más
preparada de españoles y los invita a marchar de sus casas, de su cultura y sus
raíces. Una política que nos convierte en un estorbo, pues al gobierno todo le
basta con tal de hacer descender las
cifras del desempleo.
Debemos comunicar a nuestros gobernantes que no somos tontos, que nos hemos
dado cuenta de la gran mentira. Nuestro cerebro ha madurado lo suficiente para
percatarnos de las hábiles estrategias de persuasión y engaño de nuestros
medios de comunicación. Nunca es tarde para despertar y proclamar que ya somos
los suficientemente adultos para ser tratados como pobres ignorantes.
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