Me gustaría compartir con los lectores de mi blog , uno de mis primeros cuentos. No es la octava maravilla del mundo. Escrito con rapidez y con brochazo gordo , este cuento contiene muchos de los sentimientos comunes durante mi adolescencia: hastío , aburrimiento y una sensación de reclusión interior que me impedía expresar mi escritura con total libertad . Mis propios fantasmas me impedían ver el camino del buen escritor. Este cuento es algo muy mío , pero que debe abrirse a la lectura colectiva. Para mí es un placer que existan personas que quieran dedicar unos minutos a leerlo. Escribir no es fácil , pero es lo más apasionante que hago durante el día. Dios sabe lo mucho que admiro a los genios de la literatura. Ellos me animan a seguir luchando con mis dudas interiores. La escritura me ha ayudado a superar mis miedos de juventud y adolescencia. Me da un sentido nuevo a mi día a día. Porque escribir es regalar el alma a quien está dispuesto a recibirla.
Déjame tus alas. Quiero volar.
-meditación-
El hastío de los días pasaban para Ana como si estuviera ante una
película de larga duración. Todos los días eran iguales y la absurda monotonía
no conseguía desperezarla. Tener miedo al cambio era tan insoportable como no
tener a nadie con quien hablar.
Y la vida pasaba. Pasaba en una gasa leve compuesta de victorias y
fracasos, ¿Cúantos días tardaría en convencerse a sí misma de que moriría vieja
y marchita en una habitación?
Ahora nos la encontramos sentada en una butaca de terciopelo negro. Es
ella. Se llama Ana y busca entre el
vacío de los muebles un libro de cabecera con un título extraño: El curioso
impertinente. Es de tapa dura y letras grandes en la portada. A Ana le gustaba volar hasta donde su imaginación
se lo permitiera. Volvía a sentarse y abría el libro justo donde lo había
dejado. ¿ No era por la mitad ?
Pero Ana no conseguía concentrarse esa noche. Tenía miedo de volar
demasiado lejos. Las palabras no tenían significado – porque sólo eran tachones
en papel amarillo- y se cincelaban en anillos de oro. Quietas , ausentes.
Letras de colores y formas simpáticas. Cuando uno no tiene ganas de leer
enseguida se le nota. Los ojillos se le ponen rojos y se siente emborrachado de
letras. Hoy Ana no volaría. Estaba convencida. Cerró el libro. Abrió la puerta
de su habitación y se fue al cuarto de estar a sentarse.
Alguien había dejado las ventanas abiertas y entraba frío. Iba a
cerrarlas cuando pensó que debía dejar
de sentir esa sensación durante unos minutos.
Es curioso como rechazamos las sensaciones naturales: el frío , el calor
, la humedad. Todo lo que no podemos controlar es amenazante. El frío le
penetraba los huesos y sentía unos escalofríos deliciosos. De repente , un
pajarillo se posó en la ventana y se quedó mirándola. Tenía un plumaje color gris ceniciento y en el pico llevaba
una rama de olivo. Los dos se miraron a los ojos largamente. Ana -pensó el bicho- tenía la cara triste , y
los ojos le relucían como dos azabaches a punto de morir.
-
¡ Vete pájaro! , ¡ Vete! Soñar no es malo si uno no
tiene alas como tú.
El pájaro seguía
mirándola.
-
¡ Pájaro miserable!
El pájaro dio
dos pasos y se coló dentro de la habitación. Al contrario de lo que todos
hubiéramos pensado , Ana no se asustó. Sintió alivio al ver que era inofensivo.
Que no quería hacerle daño. Un hálito de vida se expandió a lo largo de la
habitación. Las flores del jarrón que había en la mesa reverdecieron y el color
marrón de los muebles se abrillantó. Ana y el pajarito seguían mirándose. Esa love movie hubiera continuado si alguien
no hubiera llamado a la puerta. Era la vecina. Que si tenía una ramita de
canela para unas natillas buenísimas que estaba preparando porque venía su hija
aquella noche a cenar a casa. Ana le dijo: - “No señora. No tengo. Lo siento”.-
Y le cerró la puerta de golpe. Al otro lado del rellano sentía a la chafardera gritar como una energúmena
sobre los vicios de la juventud y lo
mucho que habían cambiado los jóvenes
desde que murió Franco. Después de proferir varios insultos entró a su casa y encendió el aparato de
música lo más alto que pudo. Ana se dirigió entonces a la habitación pero el pajarillo ya no estaba. Había volado.
Los pájaros que
tienen alas grandes no vuelan tan alto como los de alas pequeñas.
Éstos últimos son más vivaces e impulsan el aire con su cuerpo diminuto.
Seguramente el pajarillo que Ana había estado a punto de adoptar era de
aquellos que se sienten más cómodos en tierra. Como gusanos de los árboles ,
que caminan entre tuberías y mugrientos patios de luz. La luz de la mañana se
dividía en colores pintorescos y jugaba bailes de agua en las gotas secas
manchadas de los cristales , del último vaso puesto en la mesa , del espejo del
baño.
Las horas
pasaban y ella seguía allí sentada. No comería. No viviría. Se resignaría a
morir lentamente , como se consume un puro en la boca de un pez gordo. A veces
uno quisiera comenzar de nuevo. Cargarse los días y esconderlos en un altillo. Volver a nacer y
mirar desde la dulzura de un nuevo ser. Cortar ese largometraje en trozos
pequeños y recomponer un puzzle en el que una de las piezas tiene múltiples
caras. Se iba a levantar cuando el pajarillo se posó de nuevo en la ventana.
Ana se asustó al verlo aparecer y dio un paso hacia atrás , pero el pajarillo
saltaba y saltaba , dando brincos con una sola pata ¿Qué quería decirle? Las
notas volvieron a fluir de sangre y el corazón dejó de latirle presuroso. ¿ Y
si se acercaba de una vez? , ¿ Cómo reaccionaría? Se acercó lentamente y el
pajarillo dejó de saltar. Se quedó quieto , como si hubiera estado esperando
que ella se acercara para poder sentir una manos humanas que le rozaran las
plumas. Y se quedó acurrucado entre sus manos. Bien dormido. Ana se quedó
mirándolo hasta que también a ella la venció el sueño.
Cuando despertó
, el pajarillo ya no estaba allí , pero alguien le había dejado una nota entre
sus manos que decía : ¡ Te dejaré mis alas!, ¡ Podrás volar!
Me ha gustado mucho
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