domingo, 25 de diciembre de 2016

" El cementerio de los sueños" , fragmentos del enano alto.



Por fin llegaron al cementerio de los sueños. Una verja metálica estaba a punto de ser cerrada por un hombre de aspecto descuidado y pinta de científico loco. Era el sepulturero. Vestido con un viejo pantalón de pana y una chaqueta agujereada, el hombre los vio llegar y le fue imposible no mostrar un gesto de estupefacción. Hacía mucho tiempo, tanto que casi le era imposible de recordar. Hacía mucho tiempo que nadie visitaba el cementerio. Aquel gato… le resultaba familiar. ¿No había estado antes allí? El acompañante del felino tenía pinta de ser un niño de unos diez o doce años, pero presentaba un aspecto peculiar. “Qué orejas de soplillo tiene.” pensó cuando ambos estaban justo al otro lado de la verja. Bugay fue el primero en hablar.


-          Me alegro de volver a verte, Manuel. ¿Te acuerdas de mí? Soy Bugay. Hace tiempo estuve aquí solo. Charlamos durante un buen rato. Me enseñaste el cementerio. Pero de eso hace ya mucho tiempo. Quizás no te acuerdas. Entonces era un gato más joven y flexible. Ahora, en cambio, me canso demasiado. Me temo que estoy empezando a hacerme viejo.

El sepulturero  se llevó las manos al mentón. Buscó en los recovecos de su memoria algún indicio que presupusiera la existencia de un gato parlanchín y altanero. Y, de repente, se hizo la luz en su humilde cabeza oxidada.

-          Ya… Sí. Eres aquel gato procedente de las reservas enanas. Sí. Recuerdo que me contaste lo cansado que estabas de los otros gatos. Tu dueño era pastelero. Me hablaste mucho de la vida en las reservas. Algo recuerdo de aquel tiempo.

-          Ya sabía yo que era imposible que tu vieja mente me hubiera olvidado, Manuelito. No sueles tener muchas visitas. Te presento a Geraldo, mi nuevo acompañante.

Se quedó observando al viejo sepulturero. Jamás había visto a alguien con unas pintas tan raras. Geraldo se compadeció de aquel hombre cubierto de suciedad. La soledad es la peor compañía del hombre. Lo va mermando poco a poco. Aquel viejecito estaba totalmente dejado de la mano de Dios. Supo más tarde que hubo un tiempo en que el viejo sepulturero gozaba de la grata  compañía de una mujer. Su esposa era una mujer bella, delicada como una flor y sensible. Murió de una extraña enfermedad cuando más felices eran. Dicen que el viejo sepulturero , que por aquel entonces no era viejo , sino un joven apuesto y feliz que despuntaba como escultor , cayó en una profunda depresión que lo convirtió en un ser huraño y solitario. Abandonó su trabajo y se refugió en el cementerio. Desde entonces se dedica a enterrar los sueños de los hombres. En el Tahuantinsuyo muy pocos conocen su pasado. La gran mayoría de ciudadanos saben de su existencia pero temen contagiarse del terrible pesimismo de este lugar y prefieren no visitarlo. El sepulturero se conforma con dialogar con su soledad. Ella lo aviva a continuar enterrando, aún sabiendo que enterrar es siempre cubrir de manchas la chispa de esperanza que persiste en alejarse de nuestros corazones. Y entraron en el cementerio de los sueños. A simple vista era un cementerio cualquiera. Lápidas en el suelo con inscripciones, cruces y, sólo en algunas de ellas, objetos personales que acompañaron al difunto en vida. Pero a medida que se acercaba y leía las últimas frases dedicadas a los supuestos difuntos, se sorprendió. Las personas enterradas allí no estaban muertas. Necesitaba aire para continuar leyendo. Geraldo comprobó que los supuestos dueños de algunas de las lápidas eran vecinos de su barrio, a los que veía diariamente. Continuó leyendo y fue entendiendo lo que realmente estaba allí enterrado. En una de las lápidas, leyó:

Cristian Puig Hernández. Aquí yace su vocación de artista plástico. Las Bellas Artes perdieron a una gran promesa porque las abandonó cuando más lo necesitaban.”

Conocía a Christian. Era un vecino y amigo de sus padres. Un buen tipo. Se dedicaba a ayudar a los albañiles. Estaba casado y tenía una niña. Desconocía que Cristian había probado suerte como artista. Lo que parecía muy claro es que había abandonado esa tarea para dedicarse a algo que le reportara una mayor cuantía económica. En aquella lápida yacía su más secreta vocación. Geraldo tenía la idea asumida de que, en el Tahuantinsuyo, todo el mundo trabajaba en aquello que  le reportaba satisfacción. Pero no era exactamente así. ¿Y si la aparente felicidad y reputación de la isla era sólo una  estrategia de publicidad para atraer inversiones y capitales? Desechó la idea. El Tahuantinsuyo era la isla de la felicidad, y la felicidad es un sentimiento muy transparente que no admite imposturas y sonrisas falsas. Pero la duda recayó en la fiel certeza de su mente. Bugay y el sepulturero continuaban caminando por el caminillo. A ambos lados, cientos de lápidas de mujeres y hombres del Tahuantinsuyo que, por algún motivo u otro, habían enterrado allí deseos irrealizables, vocaciones frustradas y sueños incumplidos. Leyó otra lápida. Era la de una niña de diez años, un año menor que él.

“Elisa Cases Ramírez. Aquí descansa su sueño de convertirse en una célebre pianista. Sus padres se negaron a comprarle un piano y apuntarla al conservatorio porque, según su criterio, no tenía ninguna salida profesional. La música lamenta su pérdida.”

Y del mismo estilo eran las lápidas que leía a medida que caminaba. Geraldo no pudo evitar emocionarse al ir leyendo las inscripciones que contenían esos cientos de sueños enterrados, barridos por sus mismos poseedores. Aquellas personas no creyeron en ellos por considerarlo eso, sueños imposibles y poco cimentados en la auténtica realidad. Enterrando sus sueños habían enterrado también parte de su propio ser. Ellos mismos se habían  cortado las alas por miedo a volar demasiado lejos de lo que está permitido bajo los escrutinios de una realidad cotidiana vulgar y anodina. Manuel, el sepulturero, se había parado para descansar y entabló un pequeño diálogo con el hombrecito de medidas inusuales.

-          Mi trabajo es constante. Cada día debo excavar y enterrar sueños no realizados de vuestros ciudadanos civilizados. Lo tenéis todo en esta isla: Comodidad, espacios naturales, recursos para hacer lo que queráis ,y, sin embargo, muchos  ciudadanos tahuantinsuyos siguen teniendo miedo y no se atreven a dar el paso definitivo que cambie sus vidas. No realizan sus sueños. Lo peor que le puede pasar a un ser humano es que muera sin haber realizado ni uno siquiera de sus muchos anhelos.

Geraldo no entendía la completa estupidez humana. Todos los seres humanos venimos al mundo para cumplir un propósito. La mejor manera de cumplir nuestro propósito es atendiendo a nuestros aptitudes. Si a una niña de diez años se le da bien tocar el piano, ¿por qué nos empeñamos en desviar a la niña de una aptitud natural? Esa niña ha nacido para tocar y hacer felices a los demás con su música. Ése es el propósito de su vida. Una vida feliz y plena debe ser aquella en la que la persona humana haga aquello para lo que está llamado a “ser”. Geraldo sintió tristeza por la cantidad de sueños abandonados. Allí descansaba lo mejor de aquellas personas. Él adoraba escribir y siempre se imaginaba a sí mismo firmando novelas. Sí. Él había nacido con un propósito en esta vida. El propósito de su vida era simplemente escribir para que otros disfrutaran leyendo sus historias. Siguió caminando  y leyendo restos de sueños perdidos. Ya estaban a punto de completar una vuelta completa cuando se fijó en una de ellas. ¿Había leído bien  y lo que había escrito en la lápida era su nombre o era fruto de una nueva alucinación? Volvió a leer la inscripción:

“Geraldo Herikopf. Aquí yace su sueño de convertirse en astronauta. Aunque no ha perdido su enorme afición por la astronomía, el sueño de explorar el espacio ha quedado bastante olvidado entre sus prioridades. La Astronomía le invita a recuperarlo.”

Geraldo no pudo evitar soltar unas lágrimas al reconocerse en aquella tumba. Lo escrito allí era completamente cierto. Además de la escritura, otra de sus grandes pasiones era la astronomía. A los ocho años recibió su primer telescopio. Se lo regalaron sus padres y desde entonces no había noche en que no observara el universo. Contemplar la luna era maravilloso: la profundidad de sus cráteres, la altura de sus montañas y la longitud  de sus mares. Alguna vez había manifestado el deseo de convertirse en astronauta. Monia y Mike lo miraron con cierta compasión: ¿Cómo quería su hijo, que ni siquiera era admitido en una escuela normal para niños, atreverse con la idea de explorar el universo? Su hermano Roberto, al escuchar el comentario, no paró de burlarse de él durante una semana. Geraldo lloró su sueño bastantes días hasta que lo dejó olvidado en algún rincón de su conciencia. Lo que jamás abandonó, como ya ha sido mencionado, es su afición por los astros y la lectura de libros de ciencia ficción. Su telescopio era, junto a los libros de anticuario, una de  las reliquias de su dormitorio. Ahora fue Bugay el primero en hablar:

-          Todo ser humano tiene sueños incumplidos. Sois tan ambiciosos en vuestra búsqueda del saber que os creáis demasiadas expectativas sobre lo que debéis llegar a alcanzar. Los gatos somos mucho más simples. Intentamos vivir lo mejor posible  superando las barreras del día a día sin preocuparnos demasiado por conseguir grandes logros.


Pensó que quizás Bugay, el gato de las reservas, tuviera razón. ¿Por qué los hombres se esfuerzan en ser infelices? La razón de su infelicidad es la desproporcionalidad y lo inverosímil de sus sueños. Si sus metas y propósitos fueran más acordes con la realidad, la frustración entre lo que realmente se es y lo que se quiere llegar a ser no sería tan grande, ni produciría ese sentimiento de abatimiento. El hombre debe tener grandes objetivos en la vida , pero debe esforzarse en que la distancia que separa su situación actual y la meta a “alcanzar” no sea demasiada estrecha ni demasiado larga para  poder ser recorrida en los años que dan una vida humana. Porque el ser humano es demasiado pequeño para querer alcanzar las estrellas. Debe limitarse a observarlas y admirarlas. Próxima Centauri es la estrella más cercana a la tierra. No es una estrella muy luminosa, por lo que cuesta ver a través del telescopio. Es pequeña y bastante joven. Está a solo 4.24 años luz del sol y todavía le queda la mitad de una vida por recorrer en la bóveda celeste. Comparada con la larga vida de una estrella, la nuestra es puramente anecdótica. Estamos hechos de una materia fácilmente corruptible. Pasamos por el tiempo demasiado rápido, por lo que las oportunidades de cumplir nuestros sueños son escasas. Aun así, es deber del hombre la superación cotidiana y la proyección de sus mejores intenciones en aras de un buen progreso. Un famoso astrónomo dijo  una vez que  la humanidad está hecha de polvo y materia estelar. Quizás sea esa materia estelar de la que estamos hechos la que nos impulse a querer ser cada vez más divinos y menos humanos. Porque estamos hecho de materia estelar, de la misma materia que compone los sueños que insistimos en enterrar en el vasto cementerio de nuestra memoria. 

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